OpiniónDomingo, 24 de noviembre de 2024
Aquel tren al pie del río, por Alfredo Gildemeister

Recuerdo que cuando era niño, casi todos los domingos de invierno, mis padres nos llevaban a mis hermanos y a mí, a pasar el día “al pie del río”. La primera vez me pregunté qué era eso de ir al pie del río, ¿De qué río estamos hablando y qué era eso del pie? Mi padre simplemente nos metió al auto y con mi madre salimos de casa rumbo a la carretera central. A mediados de los años sesenta, la denominada carretera central sí parecía aún una carretera. La misma berma central delgada con postes, y dos pistas con dos carriles de ida y de vuelta. Aún no se habían construido viviendas, talleres, comercios y huariques de todo calibre al pie de la carretera como hoy en día, ni existía el despelote de tráfico plagado de combis, micros, mototaxis, buses y camiones de gran tonelaje, tal como se aprecia hoy. A los pocos minutos de salir de Lima uno podía apreciar ya las áridas colinas y cerros pedregosos típicos de nuestra sierra limeña. Pero algo que siempre me llamaba la atención era la permanente vía férrea al lado de la carretera. Nos acompañaba por todo el camino, infaltablemente. Yo no dejaba de mirar por la ventanilla del auto esa vía férrea omnipresente, a la espera que de un momento a otro apareciera el tren.

¡Y aparecía! Lo primero que uno oía era esa típica bocina sonora que emitía la locomotora, que con el eco de los cerros resonaba en todo el valle. La fuerte bocina volvía a sonar una y otra vez, cada vez más cerca, hasta que, de un momento a otro, irrumpía la inmensa locomotora remolcando, ya sean largos vagones de pasajeros -cosa que hoy ya no se ven- con niños y adultos mirando y saludando a los autos que corrían al costado del tren; o toda una hilera casi infinita de vagones de carga, llena de piedras y minerales que venían de alguna mina de los altos Andes. Esto último sí se puede apreciar aún hoy en día. Yo esperaba ver una locomotora como la de las películas del oeste americano, expulsando humo negro o en todo caso blanco vapor por su chimenea -recuerdo que alguna vez vi una- pero la mayoría de las veces se trababa de las “modernas” locomotoras cuadradas como un inmenso ladrillo de acero. Como nuestro auto iba más rápido, pronto alcanzábamos y pasábamos al tren, que se quedaba atrás con su baja velocidad constante. Ello debido a que la locomotora tenía que ir con cuidado pues no faltaban personas que cruzaban las vías por donde les pareciera mejor, o, peor aún, atravesar diversos mercados informales de comerciantes ambulantes que ocupaban los costados de la vía férrea con sus puestos de viandas y mercaderías -como el conocido mercado de Ñaña- en donde uno no se explicaba como la locomotora no pasaba por encima de los puestos y quioscos.

Precisamente, ya cuando la carretera quedaba libre de casas y ambulantes, mi padre detenía el auto al costado de la carretera, digamos que a la altura de lo que hoy es Ñaña, nos bajábamos y descendíamos caminando entre plantas, piedras y demás yerbas, hasta llegar al río, a nuestro río Rímac. Allí, entre unas piedras y con algo de arena y césped, mi madre depositaba la canasta con comida y bebidas, y nos sentábamos o echábamos a disfrutar del día. Habíamos llegado “al pie del río”. Solo se oía el silencio del viento entre las ramas de los árboles y arbustos, el correr del agua del río y, de vez en cuando, la fuerte bocina del tren que pasaba cerca ya sea subiendo a la montaña o bajando del Ande hacia Lima. La presencia del tren y su fuerte bocina ya eran elementos que formaban parte del valle, del río y de los altos cerros de la zona.

Pues eso era ir al “pie del río”. Nos pasábamos todo el día allí descansando, caminando, intentando cruzar el río -dependía si bajaba con poca agua o no- o buscando renacuajos y de vez en cuando capturando un buen sapo o un simpático camarón debajo de alguna piedra al borde del río -aún existían camarones, aunque no lo crean-. Mi padre hacía pequeños botecitos con los tallos de los juncos que crecían en las orillas. Luego los hacíamos navegar.

Han pasado sesenta años y ya no existe el “pie del río”. Hoy todo ha sido invadido, destruido o construido hasta Chosica, el infinito y más allá. Sin embargo, la única presencia que aún hoy se hace notar, imponiendo su presencia en aquel tugurizado valle, entre los áridos cerros de piedra y grava, es el mismo tren, con las mismas viejas locomotoras de mi niñez, con los mismos vagones de carga, pues los vagones de pasajeros -de aquellos pasajeros que viajaban desde la estación de Desamparados en el centro de Lima hasta Huancayo- hoy ya han desaparecido. Aún veo a las mismas viejas locomotoras, más oxidadas y lentas, por cierto, pero haciendo el gran esfuerzo, casi heroico, de cumplir con su trabajo de manera fiel, transportando minerales del Ande hasta la costa. Sin embargo, esto ya va a terminar.

Efectivamente, el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, ha logrado y gestionado la donación -por parte de la empresa norteamericana Caltrain, operador ferroviario de San Francisco, Estados Unidos- de 19 locomotoras diésel-eléctricas y 90 vagones ¡de dos pisos! La donación implica un ahorro para el Perú de 800 millones de dólares, con solo un gasto por nuestra parte de 24 millones por el desmantelamiento, transporte, seguros, etc. hasta el Perú. Los trenes donados han sido repotenciados en el 2022 y cuentan con aire acondicionado y baños, lo que los convierte en una solución práctica y económica para el problema del tráfico. Se trata de trenes de alta calidad en acero inoxidable, modulares a diésel-eléctrico, lo que puede hacer posible una transición a energía 100% eléctrica en el futuro. Permitirán trasladar más de 200 mil pasajeros diarios a bajo precio y buscarán implementar, al fin, un sistema ferroviario óptimo entre la estación de Desamparados y Chosica, para de esta manera aliviar la congestión vehicular y que las personas viajen cómodas de Lima a Chosica, para comenzar. Se ha establecido que el proyecto estará operativo en el 2026.

Definitivamente, la vieja locomotora de mi niñez se verá reemplazada al fin, con lo cual podremos apreciar modernos ferrocarriles, transitar por la vía férrea. Poco a poco todo se irá modernizando y adaptando: los cruces de vías, mercados y viviendas cercanas a la vía, etc. Todo será para bien y para mejora de la calidad de vida de los peruanos. No niego que extrañaré la vieja y sonora bocina que retumbaba entre los cerros por todo el valle, mientras caminaba y jugaba “al pie del río”, pero ya era hora que llegara la modernidad y como diría esa conocida canción infantil: “Pequeño tren chu-chu-chu… pequeño tren poff, poff, poff, vamos a viajar, por los montes y los ríos, lejos va… chu, chu, chu”.

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