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Generación salvavidas, por Tony Tafur

La política peruana —esa tragicomedia nacional que cada cierto tiempo promete renovación y termina entregando otro refrito— está viviendo una anomalía estadística. En medio del colapso del sistema de partidos, tres marcas históricas han decidido jugarse su última ficha generacional: el Partido Aprista Peruano (APRA), el Partido Popular Cristiano (PPC) y Acción Popular (AP).

Estas organizaciones, que hasta hace poco parecían destinadas al museo, hoy tienen en la cancha a tres figuras con nombre y cargo propios: Enrique Valderrama (39 años), ya proclamado candidato presidencial del APRA; Javier Bedoya Denegri (44), candidato a la primera vicepresidencia en la alianza Unidad Nacional en representación del PPC; y Julio Chávez (44), presidente de Acción Popular y favorito para imponerse en las internas de este domingo 7 de diciembre.

No son influencers improvisados ni outsiders pirotécnicos. Son operadores orgánicos de estructuras que el país asegura detestar, pero que —paradoja central de la política peruana— siguen siendo los únicos esqueletos institucionales capaces de competir más allá de un ciclo viral. Representan la parte del sistema que aún intenta pensar en términos de partido, programa y maquinaria, mientras el resto del tablero se dispersa en aventuras personales.

El fenómeno no es biográfico, es tectónico. El Perú se encamina al 2026 con 39 organizaciones políticas inscritas, un ecosistema en estado de sobrepoblación artificial y un electorado que ya no compra discursos, pero tampoco quiere volver al vacío absoluto. En ese ambiente, hablar de “relevo generacional” no es una postal juvenil ni un gesto de frescura: es la maniobra quirúrgica de tres organizaciones que, para no extinguirse, han decidido apostar por una generación bisagra. Es un examen de fondo para tres partidos históricos que intentan comprobar si todavía pueden mutar… o si ya entraron en su fase terminal.

Primera escena: Enrique Valderrama

Pitter Enrique Valderrama Peña, 39 años, aprista desde 2010, ex dirigente del Comando Universitario Aprista en la PUCP, columnista, periodista y hoy flamante candidato presidencial oficial del partido, tras ganar unas primarias internas al filo: menos de 200 votos sobre pesos pesados como Javier Velásquez Quesquén y Jorge del Castillo. Ese resultado, inesperado para muchos, lo coloca como el rostro de la llamada “corriente de renovación” en un APRA que aún no termina su duelo histórico.

La mochila que carga no es liviana. Los dos gobiernos de Alan García marcados por corrupción, la muerte traumática del propio Alan en pleno Lava Jato, el derrumbe del 2021, la división perpetua, los pleitos internos y la percepción pública de un partido atrapado en su propio expediente. Pero aun así, la narrativa de Valderrama no es nostálgica. Habla de reconstrucción territorial, de equipo técnico —45 especialistas—, de agenda social, de reposicionamiento en barrios y regiones, de romper el círculo de la cofradía limeña que recita consignas históricas mientras pierde elecciones.

Su gran desafío es casi antropológico: convencer a la generación sub-35, que no votó por Alan en 2006, que no vivió el segundo gobierno, y que asocia al APRA no con épica, sino con blindajes y suspicacias. Para ellos, Valderrama no tiene permiso de vender un “nuevo” aprismo si no está dispuesto a marcar distancias reales con la vieja guardia. En discurso, representa al “aprista millennial” que quiere organización sin caudillismo. En práctica, el examen será feroz: ¿lo dejarán reconstruir o terminará siendo una pieza decorativa de un partido que dice cambiar pero no suelta nada?

Segunda escena: Javier Bedoya Denegri

44 años, abogado, ex funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo, ex teniente alcalde de San Isidro. Nieto de Luis Bedoya Reyes, símbolo absoluto de la derecha democrática clásica. Su apellido, más que biografía, es mensaje: orden, decencia, institucionalismo, economía social de mercado. Y justamente eso es lo que intenta vender el PPC al colocarlo como candidato a la primera vicepresidencia en la alianza Unidad Nacional encabezada por Roberto Chiabra.

El PPC llega desde el sótano electoral. Sin representación, fracturado, convertido en marca doctrinaria casi testimonial. Por eso esta jugada tiene doble propósito. Primero, marcar perfil: una derecha provida, liberal en economía, ordenada y sin disfraces centristas. Segundo, aportar solvencia técnica y linaje democrático a un proyecto más combativo, donde Chiabra encarna la disciplina militarizada y Bedoya el institucionalismo civil.

Pero aquí la pregunta es más incómoda: ¿este relevo es real o el PPC simplemente está alquilando su logo para no desaparecer? Bedoya puede representar juventud doctrinaria, sí, pero también podría ser recordado como la última vela antes de que apaguen la luz.

Tercera escena: Julio Chávez

44 años, abogado, exalcalde de San Martín de Porres —una de las plazas más duras y castigadas por el crimen y la precariedad urbana—, hoy presidente de Acción Popular y favorito para encabezar la plancha presidencial. Llega con experiencia ejecutiva real, con una gestión municipal que tuvo luces, sombras, denuncias internas y batallas administrativas, pero que lo puso en el radar como un acciopopulista con calle, no de gabinete.

Cuando asumió la presidencia del partido en 2024, fue directo: Acción Popular no debía ir en alianzas para el 2026. Y lo dijo en plena crisis moral del caso “Los Niños”, quizás el golpe reputacional más devastador que la “lampa” ha sufrido desde su fundación. Su discurso consiste en reconstruir la identidad belaundista, pero sin romanticismos: limpieza moral, orden, refundación interna y distancia del Congreso que embarró la marca.

El desafío será casi quirúrgico. Cómo vender honradez belaundista cuando tus militantes jóvenes sólo recuerdan a Acción Popular por repartijas, moches de sueldos y tráfico político. Y cómo convencer al país de que tú representas el quiebre con esa bancada cuando también arrastras el escrutinio por tu propia gestión municipal. Es, literalmente, la prueba más arriesgada de las tres.

Los tres pertenecen a la misma franja generacional: Valderrama de 1986, Bedoya de 1980, Chávez de 1981. Hijos del derrumbe del fujimorato, adolescentes de la transición del 2000, adultos en un país donde la palabra “partido” se convirtió en sinónimo de trámite electoral. Ninguno juega a la estrella juvenil de TikTok ni al mesías antipolítico. Son operadores orgánicos intentando reconstruir instituciones desde dentro, un ejercicio que en el Perú actual casi parece contracultural.

Mientras tanto, el país avanza hacia el 2026 con 39 organizaciones inscritas, alianzas de ocasión, reciclajes crónicos y candidatos que se reinventan sin reiniciar nada. En ese desorden, los históricos intentan demostrar que aún pueden mutar: el APRA, reconstruyéndose desde el discurso técnico y territorial; el PPC, intentando resucitar su relevancia doctrinaria dentro de la derecha; Acción Popular, luchando por limpiar la marca que su propia bancada destruyó.

Lo que está en juego no es el carisma de tres caras nuevas, sino la posibilidad de que estas organizaciones respiren un ciclo más. La crisis nunca fue generacional: fue ética, moral, programática. Por eso este relevo no es un gesto juvenil, sino una operación de emergencia. Si Valderrama, Bedoya y Chávez logran romper con los vicios que heredaron, podrían iniciar la primera reconstrucción seria de sus partidos en décadas.

Si fracasan, el 2026 será simplemente otra repetición del libreto: caras nuevas, estructuras viejas, idéntico desenlace.

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Etiquetas: , , , , , , , , , , , Last modified: 6 de diciembre de 2025
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