Luego de diez años de caos y confusión y estando ad-portas de un proceso electoral, es oportuno preguntarnos sobre nuestro concepto de Perú y plantearnos algunas ideas sobre el futuro.
Lo primero es recordar que es el Perú y que factores nos distinguen y nos colocan dentro de una categoría especial en el mundo; la de aquellas naciones cuna de civilizaciones.
Mi abuelo, Víctor Andrés Belaunde Diez Canseco, que tanto reflexionó sobre nuestra identidad, señaló, en su obra fundamental Peruanidad, que la “peruanidad es una síntesis comenzada, pero no concluida. El destino del Perú es continuar realizando esa síntesis. Ello da un sentido primaveral a nuestra historia. Todo lo que conspira contra esa síntesis es condenable por ser contrario a nuestra clara vocación. La gran fuerza aglutinante es la de los valores espirituales”
Es que a partir del momento mismo de la conquista empieza a germinar una nueva nación, no la España conquistadora ni la civilización andina subyugada, sino una nueva, con una identidad única y especial, producto de la fusión de ambas. Agregaría, 80 años después, que esta síntesis, si bien quizá no esté concluida, si ha madurado y también se ha enriquecido.
Ha madurado, porque el llamado problema indígena de hace 100 años fue superado por el mestizaje. Se ha enriquecido por corrientes migratorias posteriores, cuyo influjo hace cien años aún no se evidenciaba, pero cuyos aportes hoy son evidentes.
El marxismo es un afán destructor niega esta síntesis, quedándose en formas actualizadas de la vieja lucha de clases. De otro lado, ciertos sectores, que se llaman liberales, rechazan los factores espirituales consustanciales a nuestra síntesis, al no comprenderlos. Gobernar no es la mera implementación de un recetario conocido, soluciones tecnocráticas preexistentes para cada uno de los problemas nacionales. Esta visión lleva a un culto al estado que destruye la libertad.
Esta síntesis es obra orgánica de los peruanos, millones de ellos, a lo largo de los siglos, no siendo el resultado de una imposición vertical. El socialismo, es sus múltiples vertientes, parte de la premisa que se puede transformar la realidad y cambiarla por una mejor, mediante el uso del poder estatal.
Contrariamente a la visión socialista o a la meramente tecnocrática, para nosotros el Estado tiene una tarea mucho más limitada pero enorme y fundamental: hacer respetar los derechos básicos de las personas, empezando por la vida y siguiendo por la propiedad, entendida esta como la preservación del fruto del trabajo y poderlo pasar a las nuevas generaciones. Además, el estado tiene el deber de mantener la seguridad pública y el monopolio de la fuerza debe ser orientado a proteger a los habitantes del Perú de la violencia.
Hoy, no sólo en el Perú, sino en muchísimos países, la confusión socialista ha invertido el orden de prioridades. El estado y la casta que lo administra pretende convertirse en una gran administradora de beneficios y dispensadora de rentas, creando vastos estamentos de dependientes, en la esperanza que estos se conviertan en votantes rehenes que los mantengan en el poder.
Los principios que comentamos son los cimientos sobre los cuáles puede construirse un plan de gobierno genuino, que ayude a encauzar los grandes problemas nacionales. A partir del respeto a la vida y la propiedad, habrá ahorro e inversión.
Un estado enfocado en el respeto de los derechos fundamentales y en la seguridad de los hombres de a pie, será un estado que ya no tendrá tiempo para meterse en lo que no debe, pues su Misión estará bien definida. Recordemos que la mayoría abrumadora de peruanos recibe poco o nada del estado; y una de las grandes aspiraciones de los peruanos que luchan contra la pobreza es que sus familias no dependan ni de la educación ni de la salud estatal.
La poca proclividad de millones de compatriotas a formalizarse y ser identificados por la SUNAT no es pues gratuita; ¿quién quiere darle el dinero que tanto esfuerzo le costó ganar a ese ogro filantrópico del que hablaba Octavio Paz?
Los últimos diez años, la ineptitud gubernamental ha alcanzado ribetes nunca vistos. El estado hoy no puede hacer nada de lo que debe y lo que no debe, pero quiere, tampoco lo lleva a cabo. El resultado es el festín que aprovechan corruptos y cleptócratas que se convierten en proveedores públicos preferidos.
Finalmente, parte de la institucionalización de la ineptitud ha sido la consagración de los odios y las venganzas. Las izquierdas, que han logrado auparse en el estado, insufladas de bajas pasiones todo lo infectan. La lucha política se traslada a la Fiscalía y al Poder Judicial que en vez de perseguir a los criminales violentos que aterrorizan a los peruanos más vulnerables, acosan a cualquier rival político, circunstancial o no.
Todo esto debe cortarse de raíz, restableciéndose el respeto a le ley y ayudando a forjar la identidad común que nos une como peruanos. Esta identidad trae consigo una enorme promesa; es menester que no la perdamos.
