MapamundiDomingo, 27 de agosto de 2023
Metáforas de la niña mala (Capítulo 1)

Nuestro columnista Pancho de Piérola empieza a compartirnos desde esta edición dominical su libro “Metáforas de la Niña Mala”. Se irá publicando en capítulos cada domingo hasta finalizar. Esperamos que les guste esta primera entrega.

Mientras leía “Travesura de la niña mala" (Alfaguara 2006) de Mario Vargas Llosa, me fui dando cuenta de que en cada capítulo hay una metáfora, mención o pasaje que me trasladó a un momento de mi vida o que, simplemente, marcó la circunstancia en la que leía la obra de nuestro nobel de manera peculiar, asegurándose permanecer en mi recuerdo en los próximos años.

Estas líneas, a continuación, son una primera versión de algo que espero se convierta en un libro. Mi primer libro.

De Huancaína y viajes en el tiempo

¿Se puede viajar en el tiempo? La respuesta sencilla es no. Pero si somos tan tajantes y no permitimos que nuestra imaginación vuele un poco más allá de lo evidente, estás líneas que siguen a continuación, no tendrían sentido alguno. Concédeme el permiso para decir que sí se puede.

Qué es el viaje en el tiempo, sino regresar al pasado o ir al futuro. Pero, ¿es necesario que nos traslademos en el plano físico? ¿Puede el pensamiento viajar en el tiempo? Lo hacemos todos los días con los recuerdos, cuando pensamos en aquel tiempo que ya pasó, en lo que hicimos y lo que no, en lo que hablamos y en lo que se calló. Una rutina diaria.

El problema está en que no nos damos cuenta del efecto que tendrá el recuerdo que vamos creando en el momento en que ocurre. Las situaciones más emotivas, esas que cargamos para siempre, se viven. Uno no se detiene a pensar en el impacto que tendrá en su vida, porque está la atención en la emoción. El recuerdo se crea sin permiso nuestro.

Hay recuerdos menores que, tal vez, sí podemos enviar al futuro, pero demandan un catalizador. Una marca que pueda perdurar en el tiempo para hablarnos del pasado, desde el venidero futuro. A veces es sin querer. Puede ser un olor, un sonido, una imagen, una persona, un lugar. Y sin pensarlo, ¡pum! Vas al pasado. A ese momento que pensabas olvidado, pero vivía ahí, en un rincón de tu mente, esperando ser convocado por ese catalizador que lo hiciera aparecer cual arte de magia. Es ahí donde viene la historia de cómo he enviado al futuro algo que recientemente me sucedió.

Todo comenzó con la huancaína. Últimamente he estado un poco obsesionado con esta salsa peruana. No por su rico sabor, sino porque no comprendo por qué no se ha hecho más versiones. La huancaína se hace con ají amarillo, el más popular de los ajíes. Pero hay más de 9 mil en todo el país. Por qué no hay una versión huancaínesca de panca, de panca, de limo, de pimiento, de rocoto o hasta de su primo mexicano, el jalapeño. Tal vez ya la hay y no lo sé. Pero estas preguntas son las que llenan mis pensamientos mientras viajo en moto por Lima. Un viaje sin música, donde me tengo que entretener con mis propios pensamientos.

Paralelamente, la chica con la que estoy saliendo me regaló, recientemente, un libro: “Travesuras de la niña mala” de Vargas Llosa. Me dijo que le encantó y que próximamente va a salir la película, así que debería leerlo antes de que saliera para ir a verla juntos. Me pareció un gesto tierno y culto, precisamente en el sentido original de la palabra: cultivar el alma. Otras chicas de mi pasado antiguo con las justas sabían leer o se sentían olímpicas intelectuales por leer sobre astrología, cuarzos, esoterismo y otras maneras de buscar respuestas existenciales en pseudo ciencias.

Estoy recién en el capítulo 2, donde el personaje principal se está volviendo comunistón, en París. No me gusta eso. Estaba mejor el capítulo primero, con menciones a calles miraflorinas que reconozco, porque paso por ellas todos los días. Si bien el personaje no se llama Mario, sino Ricardo, es sabido que Vargas Llosa utiliza su propia experiencia para ilustrar a los personajes de sus novelas. Ya algo había escuchado sobre el pasado zurdo de MVLL, pero ¿admirar a Fidel Castro? ¿Cómo se pasa de amante de Cuba a liberal? Espero que sea más ficción que realidad.

El viaje en el tiempo comienza en ese susodicho primer capítulo. Con una metáfora que no pude sacarme de la mente. Puede que sea una imagen o no una metáfora. Ya no estoy seguro. Vargas Llosa menciona cómo invitaba a su chilenita predilecta a la Tiendecita Blanca. No hay día en que no pase por ahí, así que me es fácil dibujar en mi mente lo relatado. Claro que hay casi 70 años de diferencia en cómo está la avenida Pardo, la Ricardo Palma y la Arequipa, o Miraflores y Lima, en general. “La Tiendecita Blanca, con sus miliunanochescos pasteles”. Qué bonito este sonido que entra por mis ojos. Se me quedó en la mente una y otra vez. Regresaba a la frase. ¡Qué dulce! Justo como los pasteles en cuestión. Tan ricos que había que volver, como las historias de Sherezade.

Ya al día siguiente, estaba en el segundo capítulo esperando que fuera la 1 para almorzar. Estaba sentado afuera del comedor principal, en el hall del club al que voy a menudo, zambullido en las calles de París que habían sido cambiadas por las de Miraflores en el segundo capítulo. Pero antes de eso, antes de sacar mi libro y ponerme a leer, hice una inspección del ambiente.

En el espacio del costado estaba una señora a quien veo a menudo. Muy bien cuidada, para su edad. Ya mucho, tal vez, porque jala el doble de miradas que mujeres con la mitad de su edad. Siempre nos saludamos. Esos saludos cordiales que uno se da con desconocidos a quienes ve con frecuencia. No sé su nombre y menos sé si sabe el mío. Jugaba con el celular. Pasaba el dedo como si estuviera leyendo o tal vez viendo redes sociales. Tal vez Instagram, pero no creo que Tiktok.

Durante mi inspección se acercó un mozo y me dejó un plato de papas junto con una salsa que estaba en la guantera de mi memoria. Huancaína. Pero no de las que quiero inventar sino la típica. Igual, hambre había, así que no hubo mucho debate interno.

En otro espacio había una señora teniendo una conversación por facetime. Era mayor que la biencuidada. Parecía que hablaba con su hija. Creo que a las madres a veces les gusta alardear de las buenas relaciones que tienen con los hijos, así que todos estábamos enterándonos de los pormenores de su hija que vivía en el extranjero y que llamaba como buena niña a su mamá. Hay cierto detalle cuando uno ve a alguien mayor usar la tecnología. La señora se sentía tan profesional como si estuviera haciendo malabares con fuego. No me sentí bien juzgando. Dejemos a las madres ser madres. Lo merecen.

Siguiendo la mirada con lectura árabe, llegaba mi vista a la terraza. Un señor y tres señoras. Una era la mamá de Juanjo. El señor era un inglés, por su acento inconfundible, que había ido con su esposa. El inglés, para mi sorpresa, muy educado ayudó a su mujer a sentarse, jalándole la silla y luego empujándola; la inglesa, muy educada también, no le agradeció, normalizando la caballerosidad de su marido. ¿Qué hacía la mamá de Juanjo con esa pareja de ingleses? Serán diplomáticos, pensé. No tendrían que ser diplomáticos para estar con mi tía, pero por alguna razón eso satisfacía mi curiosidad. No podía dejar de pensar en ellos. El hermano de Juanjo viene pronto a Lima, me acabo de acordar, por la feria del mes morado. Ojalá pueda convencerlo de llevarlo a mi programa y no me toree.

Seguí la mirada y había un grupo de jóvenes adultos o adultos jóvenes. Algo mayores que yo, tal vez hasta por 10 años. Arriba de 40 y debajo de 50. Eran 4 y eran amigos. Se notaba por su manera de hablar. Hablaban como yo. Con la misma jerga, el mismo tono, las mismas bromas que se hacen presentes cuando estoy con mi grupo. ¿Es la forma de la camaradería adolescente para siempre o llega a cambiar en algún momento? Tal vez solo perdura cuando las amistades son construidas a temprana edad.

Nuevamente, estaba en las calles de París, llenas de camaradas. El sabor a huancaína en mi boca. Pasó un señor con quien un rato antes había intercambiado palabras y mi mirada se desvió del libro. Nos brindamos un gesto de cortesía, de esos que se hacen a veces con incomodidad porque ya acaba de haber una despedida. Minutos antes se me había acercado a preguntarme si es que yo era el de los videos y cómo me llamaba. Su nombre no lo recuerdo, pero su apellido rimaba con Mayor, Armas y San Martín.

La mamá de Juanjo se paró y comenzó a caminar en dirección a baño. Iba a tener que pasar por donde estaba yo, así que puse cara de disponibilidad para cruzar miradas y saludarnos. Tal vez podría preguntarle por el educado diplomático. Para mi sorpresa y desilusión, la señora era otra persona. Tampoco era una de sus hermanas, pero ni de casualidad. Nunca entenderé la composición y origen de ese grupo, me lamenté como si fuera esta una derrota importante.

Para hacerme sentir mejor y rescatarme a mí mismo de la taza de expreso en la que me estaba ahogando decidí volver a ese dulce que me acariciaba la mente. Haciendo gala de su propia metáfora, tenía que regresar. “Miliunonechescos pasteles”. Me alivió y también me dio hambre. Así que fui por una papita con una generosa cantidad de huancaína. Pero la nueva tranquilidad no permitió advertir que el recorrido de la papa ensalzada pasaba por el libro con la página abierta con mi reciente frase favorita.

En cámara lenta, el espeso líquido amarillo cayó entre mis dedos ocupados hasta rendirse en la página 16 de “Travesuras de la Niña Mala”. La metáfora estaba manchada literal y figuradamente. Había sido traicionado por la huancaína. Celosa, ella, por haber sido reemplazada en mi mente por otra idea, decidió inmortalizarse en el papel donde no había sido invitada.

Cada vez que vuelva a esa página, en búsqueda de la frase, volveré a ese lugar. Con la bien cuidada, con la madre, con los amigos de la adolescencia y con el misterio del diplomático inglés. La mancha de huancaína es ahora un catalizador para ese momento que no marcó gran impacto en mi vida. Que pudo pasar desapercibido sin esfuerzo de olvido, pero que trascenderá. Ese borrón amarillo me permite ahora regresar en el tiempo.

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