El mes pasado dejé pasar una efeméride: Ochenta años desde que se firmó la capitulación del Imperio Japones ante las potencias aliadas, poniendo fin definitivo a la Segunda Guerra Mundial.
El hecho ocurrió a bordo del Acorazado Missouri de la Armada de los Estados Unidos y sólo fue posible después de una larga campaña de destrucción de las ciudades japonesas mediante bombardeos incendiarios los cuáles llegaron a su punto máximo con el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki, a comienzos del mes de agosto de 1945.
A posteriori se debate sobre la moralidad y necesidad de los dos bombardeos nucleares. Cuestionan la decisión por cruel e inhumana, pero quienes lo hacen nunca cargaron sobre sus hombros la responsabilidad de tomar la decisión y encontrar la forma de poner término de la mejor forma posible a la más sangrienta de todas las guerras que (hasta el momento) ha conocido el mundo.
El hecho concreto es que, con el ataque a Pearl Harbor, Japón se embarcó en una guerra francamente desigual, Estados Unidos era infinitamente más rico y poderoso; que, en ese entonces, contaba con un presidente (FDR) con la fina y sutil inteligencia que permitía tomar las decisiones estratégicas correctas en los momentos adecuados.
Japón, Alemania y su socio menor Italia contaban con la ventaja de la iniciativa y de rivales democráticos que en un inicio no entendían lo que pasaba. Pero, sus líderes, consumidos en sus propias ambiciones genocidas y megalómanas, fueron incapaces de coordinar sus ataques de una forma en la que pudiesen eliminar a sus enemigos progresivamente. Gran error, decisivo en mí opinión.
En Japón, luego de un debate interno (el Ejército quería atacar Rusia desde el este y la Marina a los Estados Unidos y británicos), prevaleció el criterio naval. Tokio envió emisarios a conversar con Stalin, Hitler y Mussolini (antes de la invasión a la URSS), momento olvidado pero determinante del destino mundial. Los japoneses, además, tuvieron conflictos focalizados con el Ejército Rojo el año 38 y evaluaban las capacidades soviéticas con más prudencia que los alemanes.
Un factor determinante en el fracaso de la invasión hitleriana de la URSS es que Stalin, cuando las horas nazis llegaron a las puertas de Moscú, trajo cuerpos de ejército que resguardaban el este frente a un eventual ataque nipón. Estas tropas frescas fueron decisivas para frenar el avance alemán e impedir una rápida victoria de Hitler.
Volviendo a Japón, el ataque a Pearl Harbor fue psicológicamente brutal y una completa sorpresa táctica. La noche previa al ataque en Washington se esperaba que las hostilidades empiecen en algún punto del Océano Pacífico, simplemente no sabían dónde, calculando que ocurriría en las Filipinas (que era entonces aún una especie de protectorado gringo donde tenían bases militares importantes).
Luego del ataque, EE.UU. declaró la guerra al Japón (pero no a la Alemania Nazi). Hitler cometió el terrible error de tomar la iniciativa al respecto, a pesar de que no era claro que en el Congreso hubiesen votos suficientes para entrar en guerra con Alemania y que Japón no le declaró la guerra a la URSS.
Planteadas así las cosas, FDR tomó algunas de las decisiones estratégicas cruciales de la guerra. La primera, darle prioridad a la derrota de Alemania, en el entendido que eran el enemigo más peligroso. La segunda, luego de un arduo debate con los británicos fue retrasar la formación de un segundo frente en Europa invadiendo Francia, hasta contar con una fuerza abrumadoramente superior a la germánica que asegure el éxito de la operación (cosa que recién fue posible en 1944).
Volviendo a Japón, los Estados Unidos fueron acercándose progresivamente a las islas que conforman ese país, sometiendo sus ciudades a terribles bombardeos, verdaderas lluvias de fuego que incendiaban todo a su paso.
El ethos japonés hacía impensable una rendición. Cuando el siguiente paso era ya la invasión del archipiélago japonés propiamente dicho, se logró tener un pequeño número de bombas atómicas operativas, justo después de la rendición alemana. Para entonces FDR había muerto y le tocó a Truman, su vicepresidente y sucesor tomar la difícil decisión.
El hecho es qué ocurrido el bombardeo, sectores recalcitrantes del ejército y la marina, aún no querían rendirse. Fue necesaria la intervención personal del Emperador Hirohito y suprimir un intento de golpe militar, para que la rendición se lleve a cabo (aunque se dieron seguridades sobre su permanencia en el cargo).
El panorama para los japoneses se oscureció aún más porque en ese momento, los soviéticos les declararon la guerra y los atacaron desde el norte en Manchuria.
Tomando como referencia las invasiones de Okinawa e Iwo Jima se estimaba que invadir Japón hubiese costado millones de muertos. Además, de haber continuado la guerra, Japón hubiese acabado dividido como Alemania, en zonas libres y comunistas, lo que hubiese cambiado la historia del mundo radicalmente.
Es importante recordar las lecciones de la historia, hoy que los vientos de guerra arrecian con furia, esperemos que no nos toque a las generaciones vivas hoy día pasar por infiernos como los que fueron las dos guerras mundiales.

Bueno