Este texto es una llamada a la reflexión dedicada a “los liberales de todos los partidos”, parafraseando a Hayek. Y es que la diáspora de las personas que seguimos esta doctrina es producto de muchas malas interpretaciones de lo que es la libertad, el liberalismo, y el aporte político que debemos hacer.
La libertad por sí sola no tiene nada que ofrecer al ciudadano de a pie; y es por esto por lo que la libertad es un valor sociopolítico que está sujeto a valores superiores. Preservar el orden social tiene un valor ético, y es a éste al que está atado la libertad como tal; ésta es un pilar más de los valores ciudadanos, pero no el más importante. Nuestras ricas y bellas tradiciones, teniendo como columna vertebral al catolicismo, son las que han permitido en Occidente la difusión de la libertad, y es por esto la importancia que le dan en su doctrina al estudio de ésta; llevan estudiándola muchos más siglos que las que hacemos los liberales. Hacemos muy bien al estudiar y aprender del catolicismo, en su catecismo y estudio doctrinario, sobre las profundas reflexiones que tienen sobre la libertad.
La libertad -muchos prominentes liberales dicen- es el fin del liberalismo. Sin embargo, considero que esto es un error. El objetivo de la libertad es la preservación del orden social preexistente, y por lo tanto es un medio y no un fin.
Ya lo decía Ludiwg von Mises -acaso el último gran pensador liberal- en su obra “Liberalismo”: “Cuando la sociedad exige el respeto de sí misma por parte de los individuos en todas sus acciones y la renuncia a cualquier acción que, aun cuando pueda resultarle beneficiosa, perjudica sin embargo a la vida social, con ello no pretende ciertamente que el individuo se sacrifique por el interés ajeno. El sacrificio que le impone es tan sólo provisional, es una renuncia a una pequeña ventaja directa a cambio de otra mayor indirecta. La supervivencia de la sociedad como asociación de personas que trabajan y viven juntas es interés de todos y cada uno; quien sacrifica una ventaja momentánea para no poner en peligro la supervivencia de la sociedad no hace sino sacrificar una ventaja menor por otra mayor.”
Es decir, el liberal está en contra de los vicios que pueda tener un ser humano: aunque pueda permitir la legalización de las drogas y el alcohol, sí tiene un deber ético de no fomentar el excesivo consumo de éstos. El liberal promueve la templanza, porque de esta manera se disfruta la libertad para poder hacer más acciones racionales, que significan una renuncia o un sacrificio momentáneo por un bien mayor, ya sea personal o social.
Y es que, entendiendo la libertad como un fin y no un medio, se da paso al voluntarismo, es decir, a la justificación de los actos dependiendo de si fueron bajo coacción o no. Esto ha sido promovido sin descanso por el libertarismo acaso el peor mal que puede haberle sucedido al liberalismo. Para un liberal, no basta con saber que el acto fue voluntario o no: necesita saber si corresponde a un fin ético para valorar correctamente el medio empleado. Citando de nuevo al maestro: “(…) Pero el sacrificio sólo es ético cuando sirve a un fin ético. Hay una diferencia abismal entre quien lo arriesga todo por una buena causa y quien lo sacrifica sin beneficio alguno para la sociedad.”
Necesitamos una libertad que se alinee con los valores morales y que produzcan una correcta y ética ciudadanía, para que éstos promuevan la libertad y su uso debido, en favor del orden social.
 
				