El presidente Guillermo Lasso sorprendió al mundo entero al aplicar una figura constitucional denominada muerte cruzada, mediante la cual se dispuso la disolución de la Asamblea Legislativa para convocar elecciones generales en un plazo de 90 días, otorgándole la capacidad de gobernar Ecuador por decreto durante este periodo de tiempo.
La aplicación de esta figura ocurre bajo un contexto en el que Lasso afrontaba una inminente destitución por parte de los asambleístas de la oposición, que se rumoreaba ya tenían los votos suficientes para removerlo del cargo, justificándose en denuncias por corrupción y peculado.
De esta manera, al cerrar el Congreso, Lasso evitaría el juicio político y apostaría toda su suerte en una nueva elección general donde la población podría ratificar su permanencia en el cargo y, en el mejor de los casos, permitir una nueva composición parlamentaria que no lo saque del cargo.
No cabe duda de que es una gran ironía que esta figura de muerte cruzada haya sido introducida en la Constitución promulgada por el populista de izquierda Rafael Correa, en el año 2008, que como sabemos era perteneciente al bloque del chavismo latinoamericano.
Hoy en día, vemos cómo la izquierda ecuatoriana denuncia la aplicación de esta figura, que ellos mismos impulsaron, como inconstitucional y cuya aprobación celebraron con vehemencia.
Sin embargo, no podemos negar que la figura de la muerte cruzada resulta ser cuestionable, justamente porque su propósito legislativo consiste en servir como una herramienta chavista para acaparar el poder al desestabilizar las instituciones mediante el cierre del Congreso y creando un régimen de excepción donde el ejecutivo gobierne por decreto por casi medio año, que no es poco tiempo.
Concentrar el poder en manos de un poder del Estado, en este caso el Ejecutivo, nunca puede ser un diseño constitucional saludable para ninguna democracia republicana donde impere el Estado de Derecho sobre el populismo desmedido. La misma crítica es igualmente aplicable a la figura de la disolución del Congreso regulada en nuestra actual Constitución en el Perú.
De esta manera, es preocupante que muchos miembros de la derecha peruana, que en su momento denunciaron correctamente la disolución del congreso de Vizcarra y Castillo, ahora estén ingenuamente celebrando a Lasso.
Los gobiernos latinoamericanos deben entender que lo correcto en una democracia cuando un gobierno no cuenta con una bancada en el Congreso es justamente intentar buscar consensos con la oposición para así poder armar un gobierno efectivo. Por ejemplo, en los sistemas parlamentaristas puede ocurrir que la oposición tenga una cuota de ministerios a su cargo.
En este sentido, no se debe aceptar un gobierno que quiera gobernar al caballazo, aprovechando choques con el poder legislativo para disolver poderes del Estado, como el Congreso, para así poder imponer su propia agenda, lo que se aplica para Vizcarra, Castillo y Lasso.
Los izquierdistas más hábiles ya están pidiendo que esta figura de la muerte cruzada sea emulada en el Perú, lo que sin duda sería desastroso. No quedaría duda que Dina Boluarte aplicaría esta figura en un santiamén para poder forzar el tan ansiado adelanto de elecciones, lo que solo generaría más inestabilidad, e igualmente da miedo lo que Castillo podría haber hecho con esta figura, gobernando seis meses como dictador.
En el caso de Ecuador, el panorama va a ser complicado, la oposición no va a tener problemas de tildar a Lasso de golpista y es muy probable que, al igual que con Vizcarra, la población termine sancionando la jugada de la muerte cruzada en las elecciones, lo que sin duda podría traer el regreso del correísmo al poder.
Incluso si Lasso es reelegido para que pueda culminar su gestión, es difícil que pueda mantener una mayoría en el Congreso que evite su remoción del cargo, por lo cual podría terminar siendo destituido, como pasó en el caso de Vizcarra. De repente, lo mejor habría sido que Lasso de un paso al costado y que deje a su vicepresidente gobernar por el resto del mandato, pero esto tampoco asegura que los correístas se hayan quedado tranquilos.
Sin duda, Lasso acabó con un lazo en el cuello.
 
				