Escrito por 10:02 Opinión

La tentación del fracaso

Tantas veces el Congreso. Ahora, conducidos por la velocidad que exige la escalada criminal —el tiroteo contra la legendaria orquesta Agua Marina fue el detonante—, activaron, evidentemente a destiempo, la vacancia de Dina Boluarte, prócer del desgobierno y el cinismo, sin definir una estrategia relevante para el futuro inmediato. Y encima han puesto como repuesto —por sucesión constitucional— en una de nuestras peores crisis de inseguridad desde el terrorismo a José Jerí, uno de los parlamentarios más jóvenes —38 años— y con un historial marcado por el vacío —llegó solo por ser accesitario del inhabilitado Martín Vizcarra—. Volvieron a caer en esa danza macabra del recambio de investidura presidencial en nombre de un supuesto rejuvenecimiento, pero todo apunta a que habrían auspiciado negligentemente un nuevo fondo.

Ocho presidentes en los últimos nueve años, casi todos tallados por el mismo corpus ideológico: Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, Manuel Merino, Francisco Sagasti, Pedro Castillo, Dina Boluarte y José Jerí Oré. Esa es la contabilidad que retrata al Perú del nuevo milenio: tan disciplinadamente inestable y gaseoso como el recambio generacional de la selección peruana. 

Y el Parlamento, cuando parecía que pulió su campo de reacción por estas experiencias previas, adoptó la figura del pubertario que repite un patrón de maniobras arriesgadas poniendo como máxima autoridad a un neonato que en su primer monólogo fue una apología a esa exasperante gimnasia verbal de la buena voluntad, que además de ser típica liturgia de la izquierda, no sé si partió de la naturalemoción o de una caricaturesca ingenuidad.

Lo más irónico es que el Congreso tuvo, en ese mismo instante, la posibilidad de, al menos, recomponer la Mesa Directiva y abrir el abanico para elegir liderazgos más sólidos. Pero prefirió irse a dormir dejando al país atrapado en un bucle cada vez más complejo.

Poner el parche sobre el parche se volvió la capa decisiva predominante, se convirtió en la clave ideal de nuestro desalentador sistema político. Bajo la lógica del “ya, que pase el siguiente” sin filtrar bajo mejores estándares, no se está resolviendo ningún problema de fondo, sobre todo en una coyuntura marcada por el avance del crimen organizado, la expansión de la informalidad y la erosión sistemática de la confianza pública. En vez de corregir, solo se siguen acumulando más errores.

Y lo más grave es que el Congreso no ha dimensionado esta asunción. Podrían haber apalancado sin querer el objetivo incendiario de la izquierda. Jerí es el blanco perfecto para las operaciones políticas de desgaste: su debilidad institucional y su inexperiencia son el terreno ideal para que que los radicales reactiven su narrativa de colapso como ha ocurrido en otros episodios de nuestra historia reciente. 

Mientras tanto, los criminales, más coordinados que el propio Estado, se siguen filtrando con precisión quirúrgica, avanzan en silencio y consolidan espacios de poder y estructuras económicas paralelas. El vacío institucional es el corredor libre para fortalecer su infraestructura criminal. 

Lejos de capitalizar un momento crítico para marcar un viraje, el Parlamento prefirió replegarse sobre sus viejos reflejos: se refugió en la comodidad de sus inercias y desperdició, otra vez, una ocasión decisiva para reordenar la escena política. Y es esa tentación del fracaso la que nos podría arrastrar a otro ciclo de párálisis nacional y de violencia desmedida. Esperemos que no.

Last modified: 10 de octubre de 2025
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