El pasado lunes 6 de octubre, el presidente Donald Trump, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se reunieron en la Casa Blanca para abordar un plan de alto el fuego integral que busca poner fin a la devastadora guerra en Gaza.
Tras meses de bombardeos y miles de víctimas civiles —tanto palestinas como israelís—, el encuentro representó un punto de inflexión diplomático; se hizo la presentación del documento formal de 20 puntos que pretende sentar las bases para la paz, la seguridad y la reconstrucción de Gaza.
La propuesta llega en un contexto de gran tensión. La guerra se recrudeció después de la operación israelí denominada “Martillo de medianoche”, una ofensiva dirigida contra el programa nuclear iraní que derivó en un asalto terrestre sobre Gaza. Las consecuencias fueron devastadoras y el rechazo internacional, inmediato. Netanyahu enfrenta su punto más bajo de popularidad, acusado de desproporción militar y desgaste político. Trump, por su parte, recién retornado al poder, busca reposicionar a Estados Unidos como árbitro de Medio Oriente, cosa que ya le funcionó bastante bien en su primer gobierno, combinando diplomacia y presión para lograr una reconstrucción económica para reordenar una región bajo la mirada de occidente.
El plan Trump–Netanyahu persigue tres metas esenciales: el cese total de las hostilidades y la liberación inmediata de rehenes; el desarme del grupo terrorista Hamás y que sea reemplazo por un gobierno civil tecnocrático Palestino; y finalmente, la reconstrucción integral de Gaza bajo supervisión internacional.
Pero sobre este plan pesan varias incertidumbres. Hamás, que lleva casi dos décadas controlando Gaza, difícilmente acepte su propio desmantelamiento y la pérdida de poder territorial. En el otro extremo, los sectores ultranacionalistas del gobierno israelí podrían sabotear el proceso si sienten amenazada su agenda expansionista. A ello se suma la voluntad del pueblo gazatí, que, aunque agotado por la guerra, podría desconfiar de una administración extranjera si no percibe mejoras inmediatas en su vida cotidiana. Lo cierto es que una eventual ruptura interna en Hamás entre su ala pragmática y la más radical podría determinar el rumbo de las negociaciones.
Si Hamás accede, se abriría la posibilidad de una paz duradera y de reintegrar Gaza bajo la Autoridad Nacional Palestina. Si lo rechaza, Israel contaría con el respaldo de Trump para intensificar la ofensiva, prolongando el sufrimiento civil y desapareciendo del mapa a los palestinos.
El plan de paz no solo es crucial para asegurar el cese al fuego, sino es una forma plausible de una vez por todas alejar al terrorismo del poder político en Palestina. ¿Hamás aceptara? De eso finalmente depende la consagración real de este plan de desarme. Pero no podemos ser mezquinos pues esta propuesta de paz es la más estructurada desde los Acuerdos de Oslo.
En consecuencia, si es que triunfa la paz, podría marcar el inicio de una nueva era de estabilidad. Si fracasa, la guerra no solo seguirá sino habrá carta abierta al exterminio.
Etiquetas: Benjamin Netanyahu, Donald Trump, Guerra, Israel, Medio Oriente, Palestina, Paz, USA Last modified: 7 de octubre de 2025