Llegué a Barbara Tuchman un poco tarde, lo cual no es malo pues a veces uno necesita de la madurez para poder apreciar un buen libro. Fue leyendo Conversaciones Históricas con Jacqueline Kennedy, de Arthur Schlesinger, en donde por primera vez entré en contacto con la gran escritora estadounidense. Allí Jacquie relata el extremo cuidado que tenía su esposo, el presidente de los Estados Unidos John Kennedy, durante la crisis de los misiles con Cuba porque no quería cometer un gran error que lo llevara al estallido de la Tercera Guerra Mundial. Y tomaba especial cuidado porque estaba conmocionado. Jacquie cuenta que Jack acababa de leer Los Cañones de Agosto, de Barbara Tuchman, en el cual la desinformación, el apresuramiento y la insensatez fueron los gatilladores que llevaron a la Gran Guerra, que asoló el mundo, absurdamente, a inicios del siglo XXI.
La insensatez siempre ha sido un tema que ha captado el máximo interés de Tuchman. Tanto así que en La Marcha de la Locura, otro de sus geniales libros que ya es un clásico, la coloca junto a la tiranía, la ambición y la incompetencia como parte del origen del descalabro de los gobiernos, una y otra vez, repetitivamente, como si estuviéramos cargando una piedra de Sísifo y no aprendiéramos de nuestros errores.
Si no están persuadidos hagamos un poco de memoria. En el Perú, todos los expresidentes, desde Alejandro Toledo en el 2001 hasta Martín Vizcarra en el 2020 tienen problemas con la justicia. No hay ni una excepción.
Considero, sin embargo, que no es culpa solo de los gobiernos. Los electores tampoco aprenden y repetitivamente, como un “loop”, cometen los mismos errores. Somos personas de memoria estrecha y cortoplacista, y somos pasibles de ser engañados con facilidad. La evolución nos ha diseñado para darle un sentido de creencia a la ficción, y la mentira es una forma de esta.
Si no están persuadidos hagamos un poco de memoria. En el Perú, todos los expresidentes, desde Alejandro Toledo en el 2001 hasta Martín Vizcarra en el 2020 tienen problemas con la justicia. No hay ni una excepción. Algunos de ellos son investigados por adquisiciones inmobiliarias o ingresos indecorosos de fuente desconocida. Ese solo hecho nos debería llevar a ser especialmente exigentes con los candidatos que pretenden el sillón presidencial. Sin embargo personas como Martín Vizcarra o Julio Guzmán, pueden exhibir recientes signos exteriores de riqueza, que no se condicen con sus ingresos, sin que se les haga un cuestionamiento sustantivo. En el caso de Julio Guzmán, reportajes televisivos han mostrado como de vivir sencillamente en un modesto y pequeño departamento se traslada a uno que podría costar millones de dólares, aparte de chofer, seguridad, y casa de playa, sin tener oficio altamente remunerado ni conocido. Julio Guzmán ha logrado, desde que ingresó a lo que él entiende por política, una mejora en su calidad de vida. La ha “enriquecido” sin embargo esto no es materia de cuestionamiento ni indagación. Sus allegados de la izquierda progresista lo justifican y hasta protegen, convirtiéndose así en cómplices de un modus operandi que ha hecho mucho daño al país.
Es la insensatez de la que habla Barbara Tuchman. Electores que confían en quien no da explicaciones sobre sus ingresos ni sobre su estilo frívolo de vida. Repetimos el error una y otra vez. Es un síntoma de locura, es la marcha de la locura pero ciudadana. Después terminamos quejándonos y luego a volver a empezar.
