El reciente escándalo surgido sobre la autenticidad de la tesis del Presidente de la República y su esposa, junto con las aventuras románticas del exdictador Vizcarra, han sacado a relucir el relativismo moral que existe en nuestra sociedad. En efecto, luego de aparecidas evidentes faltas de autencidad y cuestionamientos sobre la legitimidad del documento académico, líderes de la izquierda “académica” como Verónika Mendoza, Marisa Glave, entre otras, que en su momento denunciaron voz en cuello el plagio de César Acuña, guardan un complaciente silencio. Similar caso, pero en otras magnitudes, sucede con los romances de Vizcarra, a quien no se pulveriza en prensa o redes como sucedió con el caso de Aldo Miyashiro.
Así, viendo ambos casos en retrospectiva, sólo me salta una duda, ¿cuál es el parámetro que rige el estándar moral de nuestra sociedad?, ¿Por qué las copias en las tesis de César Acuña (indirecto “titulador” del presidente) son más gravosas o vergonzantes que las del Presidente Castillo? ¿Cómo es que la infidelidad de los conductores/productores de TV, son más condenables que las Vizcarra o Toledo?
En todos los casos citados, hay engaños y actuaciones incorrectas -sólo que en los ejemplos de los paisanos chotanos la conducta efectivamente se ajusta con tipos penales-, pero lo que no se entiende es la razón por la que aquellos hechos no llegan a producir una indignación colectiva, ¿acaso no es un delito robar? ¿O es que nuestra sociedad entiende que copiar una tesis es incorrecto, pero ello NO debe ser plausible de sanción porque es como copiar en un examen o como los que venden copias de libros o discos piratas en las esquinas de los semáforos?
Es decir, está mal, pero como es la típica “criollada”, hay que pasarlo por alto, porque ese es el día a día del peruano de a pie y muchos además viven de ello.
Fíjense que el relativismo moral es tendencia indirecta en los titulares de la prensa, el Sr. Muñoz fue vacado por “ocupar” dos cargos públicos al mismo tiempo, pero nadie hizo escándalo ni carga montón por los mismos hechos por parte del vicepresidente/ministro de Estado/funcionario de RENIEC/representante del Club Social Apurímac, Dina Boluarte.
Cuando los astros se alinean en el Congreso y se elige a los nuevos miembros del Tribunal Constitucional –con votaciones y resultados distintos de aprobación-, se dice que existen “contubernios” entre las fuerzas políticas supuestamente irreconciliables. Sin embargo, otrora cuando se eligió a los tribunos salientes, en circunstancias incluso menos claras, estaba todo bien porque eran del gusto/alineamiento de un determinado sector.
Cuando declaran Karelim o Villaverde en calidad de colaboradores eficaces, señalan: “hay que tener mucho cuidado; son palabras de un delincuente”. Pero cuando los colaboradores hablan para cualquier otro caso de los que sigue el “paladín” Vela Barba, entonces dicen: “Hay pruebas suficientes para condenar a los investigados”. Si nuestro parlamento no tiene aprobación, se dice que es porque “no trabajan y que no se identifican con el pueblo”, pero si hacen visitas al interior para conocer los problemas de los electores, entonces “los congresistas gastan la plata en ir de viaje y disfrazarse haciendo política barata” o, peor aún, cuando salen los audios de Pacheco/Villaverde, se resguardan en sus guaridas por más de 24 horas para luego salir y decir “ojo, esto puede ser editado”, “hay que ver que dice la fiscalía”. Poco más y nos dicen: “mantén las zapatillas listas… te avisamos cuándo te las pones. Por ahora, no”.
Así, en este país, el valor de la dignidad para decir algo u opinar está reservado sólo para una “casta” y si estás fuera de ésta o no concuerdas con su parecer, te conviertes en un extremista fascista que intenta imponer un modelo retrógrado que atenta con sus “convicciones de libertad”, las mismas que no aceptan la intromisión de terceros beligerantes.
Entonces, mientras no se dé el gusto al sector de la prensa y comentaristas políticos que venden sus pareceres como las normas y estamentos de corrección en la sociedad peruana, sólo vamos a continuar decayendo como sociedad en una espiral sin fin; donde quienes nos representan como autoridades no tendrán un respaldo moral real con el cual exigir al resto de la sociedad que adecúe su comportamiento. Gracias a los dueños de la corrección, a quienes denomino Conchudignos, ya tenemos un Presidente que no puede contar una historia, responder una entrevista o, peor aún, ni entiende de qué trata una constitución y la quiere cambiar.
Es imperativo que los peruanos hagamos un alto en el relativismo de la interpretación de lo correcto, lo incorrecto, puesto que producto de ese juego absurdo, ya se han aprovechado los Conchudignos de la política nacional para encaminar las intenciones de los votantes en favor de sus propios intereses. Pero cuidado, porque mañana más tarde, estos mercaderes de la moral volverán a vender más de la misma indignación –corregida y aumentada y sin el más mínimo mea culpa de sus juegos- si no, con qué cara están saliendo a decir que cuando Pedro Castillo era candidato representaba un “misterio” para la sociedad, frente al “cáncer evidente” representado por Keiko Fujimori (Steven Levitsky dixit).
