En estos días, la izquierda mediática ha sacado de la manga una narrativa de emergencia para blindar a su diario predilecto: La República. La jugada es simple y descarada, decir que este medio no fue el único en exponer el túnel de Chavín de Huántar y que Expreso y El Comercio hicieron “lo mismo”. Pretenden convertir una imprudencia monumental en un “error colectivo”, diluir responsabilidades, repartir la culpa y relativizar un hecho que lleva décadas pesando sobre la memoria del país.
Pero basta revisar lo que realmente se publicó —portadas, mapas, textos, tono y contenido— para que esa coartada se haga trizas. No hubo equivalencia posible. No hubo un bloque uniforme de medios. No hubo una acción conjunta. Hubo diarios que levantaron una declaración de Cerpa en clave informativa, con prudencia y distancia, y hubo uno que dio un salto al vacío editorial afirmando como hecho lo que otros trataban como sospecha. A pesar del intento actual por reescribir la historia, la diferencia sigue siendo abismal. Y no porque lo digamos hoy, sino porque está impresa en tinta desde 1997.

Tres portadas, un mismo tema y una sola sentencia
El punto de partida es conocido. En plena crisis, Néstor Cerpa declara que los terroristas escuchan ruidos bajo tierra y sospechan que el Estado está construyendo un túnel. La frase rebota en medios internacionales y llega a las redacciones. El dato es potente, sí, pero sigue siendo eso, una sospecha expresada por un jefe terrorista que lleva meses secuestrando rehenes.
Cuando las portadas salen el 7 de marzo, el contraste es inmediato. El Comercio y Expreso hacen lo que cualquier sala de redacción haría ante un dato de ese calibre: levantan la declaración y se concentran en la ruptura del diálogo. Se escribía desde el condicional, se recogía lo dicho por Cerpa y se conectaba con el clima de tensión nacional. Incluso los recursos visuales revelan el tono especulativo del levantamiento. Ambas redacciones trabajan con la volada que ya circulaba en Lima, el vivero de la calle Burgos 341, un montículo de tierra, un militar parado ahí. Era información de pasillo, lo que se podía mostrar sin pretender certeza sobre nada.

El caso del matutino progresista fue distinto. No se limitó a registrar la sospecha, la convirtió en afirmación. Salió con un titular rotundo, sin matices ni cautelas: “El túnel sí existe.” Y lo respaldó con un informe de página y media firmado por Edmundo Cruz y Óscar Libón, donde se describían movimientos nocturnos de camionetas, rutas verificadas durante dos meses y la ubicación de una casa desde la que habría salido la tierra. Mientras unos tanteaban, aquí se entregaba precisión.
Por eso la falsa equivalencia se cae sola. Unos dijeron “Cerpa cree que hay un túnel”. Otros dijeron “el túnel sí existe” y lo dibujaron. Pretender que eso es lo mismo no es análisis, es voluntarismo ideológico.

Datos impecables, decisión imprudente y el viejo relato antimilitar
La explicación posterior de quienes firmaron el informe añade todavía más peso al caso. El material estaba listo para publicarse desde antes, pero decidieron contenerlo para no alertar a los terroristas. Eso revela que sabían exactamente lo que tenían entre manos, información extremadamente sensible en medio de una operación en curso. La publicación llega recién cuando Cerpa dice que “ya escuchan” el túnel, y ahí aparece el salto lógico que define toda la polémica. Se asumió que si el MRTA sospechaba, el dato dejaba de ser peligroso. Pero una sospecha no es certeza. Un ruido no es un plano. Intuir una excavación no equivale a verla delineada con detalle.
La portada no solo confirmó que la excavación era real, sino que añadió precisión en el punto más delicado de la crisis. Andando una operación como Chavín de Huántar, esa precisión puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, por dónde entrar, qué hacer en el primer piso, dónde están los rehenes cuando empiezan las detonaciones. Los comandos —que arriesgaban la vida minuto a minuto— interpretaron ese titular como una puñalada. No se andan con rodeos, hablan de “cobardía”, “desafección” y “traición al Perú”. Y recuerdan que nunca hubo disculpa ni explicación.
Aun así, los defensores del diario han intentado convertir la imprudencia en virtud. Como Cerpa ordenó subir a los rehenes al segundo piso, convencido de que el ingreso sería por el primero, argumentan que la portada habría “ayudado”. Es un razonamiento absurdo. Que un acto temerario no haya causado una masacre no lo convierte en acierto. La suerte no es un argumento editorial.
El reporterismo del binomio republíquense Cruz-Libón, periodísticamente hablando, fue bueno. Pero el timing fue extremadamente peligroso y fue además una muestra tangible de su línea editorial, la misma que hasta hoy sigue desarrollando una narrativa funcional a un proyecto político que, desde hace décadas, intenta equiparar responsabilidades entre comandos y terroristas, Estado y MRTA, operación de rescate y “ejecuciones extrajudiciales”.
Es el mismo universo discursivo que habla de “jóvenes idealistas” en lugar de subversivos, que se indigna más por la captura de un terrorista que por los policías o militares que volaron en pedazos, que describe como “abuso del Ejército” lo que el país entero reconoce como una operación quirúrgica y heroica. En ese tablero, la frase “el túnel sí existe” encaja con precisión. No fue un accidente del oficio. Fue parte de una manera de ver la guerra, de narrar el país y de relativizar el sacrificio de las Fuerzas Armadas.
En perspectiva, lo más revelador no es la portada en sí, sino lo que expone del comportamiento estructural de La República en cada punto de quiebre nacional. Ante una crisis que exigía sigilo, eligieron imponer su narrativa antes que proteger la operación o resguardar vidas. Esa pulsión es lo que realmente los define. Por eso este episodio pesa: no muestra solo una imprudencia, sino una frontera ética que el diario decidió cruzar, y que el país tiene la obligación de recordar.
