La noche del pasado viernes 31 de octubre, se cerró el plazo para inscribir las planchas presidenciales de cara a las elecciones primarias que se llevarán a cabo el último día de noviembre. Son más de 65 formulas inscritas que aspiran a llegar el 28 de julio de 2026 a Palacio de Gobierno. Sin embargo, a pesar de la abundante oferta electoral, las propuestas reales para solucionar los principales problemas que aquejan al país parecen reducirse a un comentario vacío e impreciso en las cortas entrevistas que los candidatos se atreven a dar.
Lo visible en las últimas semanas es que no existen propuestas concretas. Carlos Álvarez (País Para Todos) ha exhibido una confusión peligrosa respecto a los problemas de la economía nacional: no parece comprender ni la situación de Petroperú, ni los lobbies de las AFP, ni la concentración bancaria que asfixia a los pequeños ahorristas. Vicente Alanoca (Venceremos), por su parte, ofrece el libreto reciclado de Perú Libre en 2021, convencido de que el fracaso de entonces se debió simplemente a que “no lo ejecutaron bien”. Y cuando se le exige precisión, su discurso se desvanece en un aire de consigna y voluntarismo.
Phillip Butters (Avanza País) ha hecho de la inseguridad su estandarte. Habla de “mano dura” y de “orden”, pero en los espacios donde puede extenderse —lejos del formato televisivo— el verbo se diluye. Su discurso, largo y vehemente, carece de lo que más se necesita: síntesis, estructura y soluciones concretas para un sistema que agoniza entre el miedo y la impunidad.
Fiorella Molinelli (Fuerza y Libertad) apela a su experiencia en el sector salud como una garantía de gestión. Sin embargo, su paso por EsSalud durante los años más oscuros de la pandemia sigue siendo una sombra difícil de disipar. El país se desangraba y los hospitales colapsaban cuando ella dejó el cargo, y su actual promesa de “salud pública para todos” despierta más dudas que entusiasmo. No explica cómo afrontará los males crónicos del sistema: la corrupción, el desabastecimiento de medicamentos, la falta de médicos, la inercia burocrática que asfixia cualquier reforma.
Los partidos tradicionales tampoco escapan de este sopor. Acción Popular, Somos Perú, Fuerza Popular, Partido Morado, Podemos, Renovación Popular: todos parecen girar sobre su propio vacío. El APRA intenta invocar el fantasma de un pasado próspero, recordando los años del “milagro económico” durante el segundo gobierno de Alan García. Pero más allá de esa nostalgia, no se vislumbran respuestas reales ante los flagelos de la criminalidad, el desempleo, la minería ilegal, la salud o la precariedad educativa.
Surge entonces una pregunta incómoda: si no tienen propuestas, ¿por qué postulan?
La explicación quizá resida en una lectura superficial del presente quinquenio. Muchos —políticos, empresarios, celebridades, oportunistas de toda índole— vieron en Pedro Castillo un espejo deformante. Pensaron: si él pudo gobernar, ¿por qué no yo? Una deducción tan errada como infantil. Castillo, con todos sus límites, tuvo algo que la mayoría de estos aspirantes carece: un relato. Un relato que conectó con el resentimiento y la esperanza de una región postergada, que movilizó silenciosamente a miles antes de que Lima se dignara a mirarlo.
Nada de eso se percibe hoy. Queda claro que una elección tan determinante como la de 2026, no se debe reducir —cómo ocurre siempre— a un juego de sonrisas, insultos y posturas superficiales frente a los problemas. Es momento de discutir las soluciones más viables y quienes son los hombres o mujeres capaces de llevar esas soluciones a cabo, sin la presión de lobbies mercantilistas o caviares oportunistas.