El Perú entra en la antesala de las elecciones de 2026 con más de 60 precandidaturas presidenciales formalizadas ante el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) entre las 39 organizaciones políticas ya habilitadas para competir.
La instantánea es reveladora: una fábrica de candidaturas, un sistema partido pulverizado y un electorado que ya no espera discursos sino resultados concretos.
Las tres grandes heridas del país —inseguridad, corrupción y empleo— no son banderas decorativas: son urgencias que condicionan la contienda. Más aún: la carrera por el poder se perfila como un test de capacidad de gestión y legitimidad operativa, más que de promesas grandilocuentes.
Los Sobrevivientes Del Sistema
Acción Popular. Seis planchas —Chávez, Barnechea, García Belaunde, Martínez, Pinedo y Torres— compiten en una primaria que revela más una medición de egos que una definición programática. La marca histórica sobrevive, pero llega con una identidad debilitada: pocas propuestas claras de seguridad y empleo que le permitan recuperar espacio frente a la fragmentación. Su reto: articular gestión descentralizada, control urbano e infraestructura pública como paquete creíble. Sin eso, seguirá siendo un actor menor.
Partido Aprista Peruano. Con quince fórmulas, mantiene músculo organizacional, experiencia política e historia de Estado. Pero eso ya no basta. Su desafío es actual: traducir la promesa de movilidad social en formalización de la Mype, empleo con protección y seguridad para el trabajador informal. Si no actúa, seguirá siendo marca nostálgica sin arrastre real.
Alianza para el Progreso. Liderado por César Acuña, representa el pragmatismo regional trasladado al escenario nacional. Su ventaja: maquinaria territorial, experiencia subnacional. Su flanco: ética cuestionada y necesidad de demostrar que puede cumplir en seguridad y empleo, no solo hacer obras. Una clave para competir es inversión pública útil + seguridad vecinal + resultados medibles.
Las Derechas En Disputa
Renovación Popular. Rafael López Aliaga junto a Norma Yarrow y Jhon Iván Ramos concentran el discurso en orden moral y disciplina fiscal. Tiene coherencia, pero debe demostrar capacidad técnica legítima y ampliar más allá del nicho conservador para entrar verdaderamente en competencia.
Avanza País. La contienda interna —entre Phillip Butters y César Combina— simboliza la tensión entre la derecha mediática (mano dura) y la liberal-tecnocrática (mercado). Si logra unificar el relato y ofrecer seguridad con institucionalidad (cárceles funcionales, inversión simplificada), tendrá chance. Si permanece como dos velocidades, será un actor confuso.
Fuerza Popular. Keiko Fujimori repite como eje central de la derecha estructurada. Su ventaja: presencia nacional y máquina. Su problema: polarización y antivoto vigoroso. Si traslada su legado a un modelo de autoridad civil (y no revancha) y presenta propuesta clara de empleo, volverá a estar en la conversación.
Unidad Nacional. Con el general Roberto Chiabra, la derecha adopta perfil tecnocrático-militar: seguridad, defensa, orden. Tiene autoridad simbólica, pero debe demostrar que puede proceder en economía y empleo para no quedar reducido al discurso del control.
Los Nuevos Apóstoles Del Antipoder
Carlos Álvarez. Precandidato por País para Todos, canaliza el hartazgo ciudadano con humor e indignación. Sin embargo, si no define equipo técnico que respalde sus promesas, seguirá siendo solo un fenómeno mediático más que un actor político.
Carlos Espá. El outsider más sólido hasta ahora. Empresario y comunicador sin pasado político, propone elevar la valla electoral del 5 % al 20 %, enfrentaría al Congreso desde el día uno y denomina a la democracia peruana “boba, negligente e indolente”. Combina discurso de orden liberal con sensibilidad popular: reconoce al pueblo que “carga el país sin beneficio alguno”. Ese binomio —tecnocracia + empatía— lo convierte en rival a considerar. Si mantiene coherencia y se diferencia del ruido, puede arrebatar terreno al centro y al antisistema.
Álvaro Paz de la Barra y George Forsyth. Paz busca capitalizar el voto conservador urbano desde Fe en el Perú, pero carece de estructura nacional. Forsyth vuelve desde Somos Perú con la marca “seguridad + juventud”, pero arrastra cargas de su paso municipal. Ambos están en espera.
La Izquierda Que Se Quedó Sin Épica
Juntos por el Perú (Roberto Sánchez) intenta ser la izquierda moderada, pero carga con desgaste ejecutivo. Su narrativa de inclusión y diálogo no conecta con un electorado obsesionado por seguridad y empleo.
Venceremos (Vicente Alanoca y Ronald Atencio) continúa con la izquierda radical, confrontativa, pero sin programa económico sólido ni base territorial clara.
Frente Esperanza (Fernando Olivera) trae la antigua bandera anticorrupción, pero ya perdió el relámpago. La izquierda avanza dividida, sin relato convincente y sin liderazgo que pueda dominar la agenda.
El Centro: La Tierra Baldía
Partido Morado (Richard Arce y Mesías Guevara) sigue con discurso liberal-progresista. Carece de terreno social.
Libertad Popular (Rafael Belaunde Llosa) apuesta por competencia de mercado y transparencia institucional, pero sin conexión emocional.
Perú Moderno (Carlos Jaico) oferta modernización estatal, sin identidad clara.
Perú Primero (Mario Vizcarra y Martín Vizcarra) recicla la narrativa del tecnócrata traicionado, pero sin legitimidad social.
Tres heridas abiertas
Inseguridad: Un fuerte porcentaje de peruanos se siente inseguro; las economías criminales se expanden. El control territorial pasó a ser batalla de Estado. El que prometa mando y lo demuestre en infraestructura de inteligencia, cárceles operativas y colaboración internacional tiene ventaja.
Corrupción: Ya no molesta lo suficiente: se resigna. La clave es transformar discurso en sistemas de transparencia reales: trazabilidad, compras públicas digitales, autonomía institucional.
Empleo: Una gran masa nacional trabaja en la informalidad. El electorado reclama dignidad, no subsidios. Tiene que estar claro que formalizar significa invertir, no solo regular. Seguridad con empleo real será la fórmula ganadora.
Lo que definirá la contienda
La elección de 2026 se decide por credibilidad y gestión, no por retórica. Si la inseguridad dominate los titulares, ganará el que ofrezca mandato verificable. Si la economía se reanima, el foco se desplaza a empleo y productividad. La fragmentación obliga a que las primarias de noviembre y diciembre sean más que ritual: serán prueba de gobernabilidad. Los outsiders con respaldo claro y discurso operativo —y aquí Carlos Espá apunta a ser el más potente— pueden cambiar la ecuación.
En suma: el país votará por quien traduzca el descontento en acción concreta, no en promesa vacía.
Más de 60 aspirantes, decenas de partidos y una elección en la que la democracia ya no admite improvisaciones. El 2026 no será la elección del carisma: será la elección del estado que funciona. Y quizá, solo quizá, esta sea la última estación para que la política peruana recupere legitimidad antes de que el descontento encuentre otra salida.

Si. Lamentablemente se aprovechan de la ignorancia del pueblo, no tienem ni idea de un manejo empresarial Y MENOS SERÁ MANEJO DEL GOBIERNO DE UN PAIS.
LA MAYORÍA SOLO ENTRAN A ROBAR Y PUNTO.
DEMOS GRACIAS A DIOS QUE POR LO MENOS TENEMOS UN SOLO CANDIDATO QUE CUMPLE CON LO ESENCIAL :
CONOCIMIENTO
EXPERIENCIA
DINERO (no entrará a robar, como los muertos de hambre)