Escrito por 20:00 Informes

López-Chau, otro romántico desafinado

En el atardecer de su vida política, a los 75 años, Alfonso López-Chau emprende su cruzada final. Podría ser el guion de una película conmovedora: el rector retirado que vuelve para salvar a la patria. Pero la realidad política peruana es menos piadosa que el cine. Lo que tenemos aquí no es un héroe, sino el último representante de una izquierda académica que confunde las aulas con las urnas, los debates teóricos con las soluciones prácticas.

El hombre que habla de Túpac Amaru con la misma facilidad con que cita a Lenin, que sueña con Mujica mientras defiende conceptos del Fondo Monetario Internacional, es el perfecto retrato de la confusión ideológica contemporánea. «Yo no soy un político profesional —declara con tono solemne en una entrevista con Rosa María Palacios—, soy un profesor que ama a su país y que cree que desde la reflexión también se gobierna». Pero la política peruana no se gana con seminarios.

Hay algo casi poético en cómo López-Chau transforma su irrelevancia en virtud. Mientras los otros candidatos se pelean por los primeros lugares, él ha descubierto el encanto del quinto puesto. “Hay encuestas y encuestas —dice con serenidad—, yo prefiero escuchar al pueblo y no a las cifras frías”. Es la sabiduría de quien ha encontrado consuelo en las derrotas.

Pero los números son implacables: 1.5%, 2%, 3%… Cifras que en cualquier democracia seria serían el certificado de defunción política. Sin embargo, él las viste de “avance organizacional”. «Vamos paso a paso» —añade—. «Un país no se transforma en un trimestre, se transforma en una generación». Quiere ser el alquimista de las estadísticas.

La relación de López-Chau con los jóvenes es un espectáculo digno de observación. Se presenta como el mentor comprensivo, pero en su discurso late el miedo del adulto que no termina de entender la revolución que pretende liderar.

«Hay que respetar a la Generación Z», proclama, mientras en la misma frase advierte sobre los “peligros del vanguardismo” y “las desviaciones basistas que pueden llevarnos a un nuevo caos”. Quiere ser el amigo cool, pero no puede evitar sonar como el profesor que regaña a sus alumnos. Organiza reuniones donde concede “tres minutos a cada uno” —la caridad burocrática del que cree que el diálogo es un trámite— y remata: «yo los escucho, pero hay que entender que las revoluciones no se hacen con TikTok».

En el restaurante ideológico de López-Chau, se sirve de todo: un poco de Lenin aquí (“la revolución peruana será burguesa, no hay otra forma”), una pizca de capitalismo allá (“yo creo en el mercado, pero regulado con firmeza”), aderezado con sueños uruguayos (“yo quiero un país como el de Mujica, con honestidad, pero con la firmeza de Sanguinetti”). Es el equivalente político de esos turistas que coleccionan recuerdos de todos los países sin entender realmente ninguno.

Su declaración “yo creo a lo chino en la vía democrática” merece un análisis aparte. «Miren lo que han hecho los chinos: disciplina, productividad, planificación… pero sin abandonar el camino democrático peruano», dijo sin pestañear. Como si el modelo chino y la vía democrática fueran conceptos tan compatibles como el agua y el aceite.

Cuando habla de educación, López-Chau se transforma en Papá Noel: promete becas completas para “el tercio superior del último año” en “las mejores universidades del mundo”. Suena maravilloso, hasta que uno hace las cuentas y descubre que está ofreciendo lo que ningún país ha podido financiar. «Si Finlandia pudo hacerlo, ¿por qué no nosotros?», lanza, como si el presupuesto peruano tuviera algo que ver con el de los países nórdicos.

Mientras tanto, su análisis de Beca 18 revela una comprensión superficial de cómo funcionan realmente los sistemas educativos. «Beca 18 ha sido un fracaso porque ha creado élites artificiales», sostiene. Pero no explica cómo su propuesta evitaría el mismo destino. Critica subsidios que no entiende, propone soluciones que no cuadran, y todo con la seguridad del que nunca ha tenido que implementar nada a escala real.

Cada declaración de López-Chau es una caja de sorpresas: Cree en la propiedad privada, pero cita a Marx. Defiende el mercado, pero habla de “capitalismo de Estado con rostro humano”. Apoya las protestas juveniles, pero se retira “para evitar conflictos”. Critica a los políticos profesionales, pero lleva décadas orbitando en la política universitaria y partidaria.

«Yo no quiero ser presidente para hacer política, quiero ser presidente para gobernar», dijo, como si fueran cosas distintas. Es el hombre que quiere nadar y guardar la ropa, beber y conservar la sobriedad. Un equilibrista en la cuerda floja de la coherencia.

Al final, López-Chau representa algo más que un candidato inviable: es la personificación de una izquierda que no termina de decidir si quiere ser revolucionaria o respetable, radical o domesticada. Es el último suspiro de un proyecto que nunca llegó a entender que gobernar requiere más que buenas intenciones y citas literarias.

Last modified: 4 de octubre de 2025
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