El Perú ha vuelto a tropezar con su propia sombra. La salida de Dina Boluarte y la llegada de José Jerí —celebrada en algunos titulares como un “cambio necesario”—, se ha revelado en apenas tres días como un salto al vacío. Se ha forzado una transición que no surge del consenso, sino del cálculo; no de la convicción, sino del instinto de supervivencia. Lo que debía ser un alivio político se ha convertido en una pesadilla de incertidumbre. El país, otra vez, parece caminar sin brújula.
Boluarte se fue con una popularidad por los suelos y una legitimidad casi extinta, pero lo que ha llegado no es renovación, sino riesgo. Jerí enfrenta graves denuncias —por violación, desbalance patrimonial y presunta corrupción— que hacen del nuevo escenario algo peor que el anterior. Cambiamos la debilidad por el descrédito, la impopularidad por nuevos y mayores escándalos, lo conocido por lo impredecible. Se pretendió resolver una crisis política reemplazando algo malo con algo que podría ser peor.
El pretexto fue la crisis, pero la verdadera motivación está a la vista: la reelección. Los congresistas que promovieron la vacancia soñaron con un nuevo aire que les permitiera presentarse ante el país como “renovadores”, cuando en realidad buscan cinco años más de poder y de privilegios. En el fondo, no hubo un acto de responsabilidad republicana, sino de instinto corporativo. Cinco años más de mamadera, diría el pueblo con la crudeza que la política merece.
Mientras tanto, el país se sumerge en un limbo. Han pasado 72 horas y nadie serio quiere asumir el gabinete. El presidente Jerí, en vez de gobernar, actúa: posa con los altos mandos militares, asiste a operativos en penales, camina entre bomberos sin agua, apura el paso ante las cámaras mientras el pueblo lo acompaña con gritos de “violador”. No entiende —o no le importa— que su prioridad no es la imagen, sino la estabilidad. Gobernar no es representar el poder, es ejercerlo. Los pocos cuadros técnicos que quedan en el Estado observan desde lejos, temiendo que este gobierno sea apenas un paréntesis antes del colapso.
En la calle, mientras tanto, la temperatura sube. Los jóvenes vuelven a organizarse, los movimientos sociales se reactivan, y los ánimos se endurecen. Si Jerí cae —y puede caer pronto y llevarse con el mucho más que el Ejecutivo —, el Congreso cargará con el peso de haber precipitado la tormenta. A no olvidar el nombre de los perpetradores de este nuevo capítulo de nuestra deplorable política. No porque Boluarte fuera indispensable, sino porque en política, a veces, la prudencia es más revolucionaria que la audacia. Como dice la vieja frase de Churchill, “El político se convierte en estadista cuando empieza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.”
Hoy, el Perú vive horas dramáticas. No hay conducción, ni confianza, ni norte. Pero en medio de esta penumbra queda una esperanza: que la crisis, al fin, nos obligue a aprender. Víctor Andrés Belaunde escribió que “la historia no absuelve a los irresponsables; los juzga con severidad para que los pueblos aprendan a no repetir sus errores.” Quizá estemos aún a tiempo de entender esa lección. Tal vez esta noche oscura sea el inicio de una nueva conciencia cívica, de un país que, cansado de improvisaciones, empiece —por fin— a exigir responsabilidad, decencia y rumbo. Porque incluso en las horas más inciertas, el Perú siempre ha tenido una manera de volver a empezar.
Las cosas están mejor de lo mal que están siendo
El congreso demostró una vez más que no nos representan
El congreso demostró una vez más que no nos representan, no trabajan para mejorar al pais
No entiendo que hemos ganado con esta vacancia
Muy bueno análisis del panorama político actual. El Perú necesita un gobernante de centro, que haga un balance. Sugiero que pudieras entrevistar a algún candidato o ex-congresista que no tengas cola de paja. Sería interesante saber que dice
Un político debe pensar primero a quién representa, no a los intereses personales, ni negociados.
“Pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”