En su último libro, escrito durante la pandemia del COVID-19, el historiador británico Niall Ferguson, hace un recuento de las principales catástrofes de la historia —guerras, plagas, terremotos— y aporta importantes reflexiones sobre cómo han reaccionado y enfrentado las sociedades esas calamidades. (“Desastre: Historia y política de las catástrofes”, 2021).
Una de sus conclusiones es que “el alcance de la mortalidad causada por un patógeno letal refleja, en parte, el orden social y político al que ataca”. Y agrega que “una catástrofe deja al desnudo a las sociedades y a los estados a los que golpea”.
En efecto, en el caso del Perú, el desastre inconmensurable que ha provocado el virus se explica porque tuvimos la desgracia de estar gobernados por la coalición vizcarrista, liderada por un presidente incompetente y corrupto, y respaldada por la mafia caviar y los muy importantes medios de comunicación que controla. Ellos apoyaron unánimemente todas las barbaridades de Martín Vizcarra porque les permitió seguir mamando de la teta del gobierno, al tiempo que avanzaban en el control de muchos organismos del Estado, que a su vez usaron para perseguir y destruir a sus enemigos políticos.
No era difícil darse cuenta del desastre que se avecinaba, pero eso fue negado sistemáticamente, todos los días, por esa coalición.
El primer artículo que publiqué cuando empezó la pandemia, dos días antes del brutal y estúpido encierro al que nos sometió el gobierno, titulado “El impacto devastador del coronavirus”, decía: “Aunque el gobierno y la mayoría de medios de comunicación, dizque por responsabilidad, están tratando de minimizar el impacto del coronavirus en el Perú, en realidad va a tener efectos devastadores sobre la población y la economía peruana.”. Y concluía: “Un país pobre con un Estado congénitamente ineficiente no tiene posibilidades de enfrentar con éxito una crisis como la actual. Menos con un gobierno incompetente como el de Martín Vizcarra”. (“El Comercio”, 14/3/20)
Pero en ese momento, y durante meses, todo el coro caviar se deshacía en abyectos panegíricos al Lagarto, sostenía que todo lo hacía bien y que los efectos de la pandemia no serían graves.
La semana siguiente critiqué las medidas absurdas como el toque de queda y la prohibición de circulación de vehículos. Y describí la vomitiva y peligrosa “explosión de sobonería al presidente y al gobierno –alguna rentada y otra espontánea-, que ha estallado en medios y redes.” (“El Comercio”, 21/3/20).
Y una semana después, advertí el cataclismo que se avecinaba si se continuaba con esa política equivocada, proponiendo una estrategia intermedia: “Por eso quizá lo más adecuado sea una solución intermedia, manteniendo todas las medidas de aislamiento social posibles que ya se están aplicando sin paralizar la economía”. Y añadía, “Todo eso mientras se espera que se descubra y produzca la vacuna, cosa que con suerte ocurrirá dentro de algunos meses. En suma, en las condiciones concretas del Perú, prolongar la cuarentena no detendrá al virus porque faltan las otras armas para frenarlo (rastreo de contactos, pruebas masivas, etc.).”
Y concluía, afirmando que la brutal cuarentena no iba a detener la propagación del virus pero si iba a arruinar la economía: “no hay manera de que millones de personas, precisamente los de menores recursos, sobrevivan con el país paralizado”. (28/3/20).
Estas ideas las seguí desarrollando en los meses siguientes, sin ningún resultado, como es obvio. No soy epidemiólogo ni especialista, pero desde los primeros días adelanté lo que iba a suceder si se seguía en ese camino equivocado. Solo se necesitaba algo de sentido común y conocer la realidad del país para darse cuenta.
Es decir, no solo se trató de la absoluta incompetencia y corrupción (compraron pruebas rápidas y no moleculares, no adquirieron la vacuna Pfizer cuando pudieron sino las chinas, etc.) de Vizcarra y sus secuaces, sino del respaldo unánime de la mafia caviar y sus medios de comunicación, que actuaban para defender sus propios intereses, lo que provocó una tragedia nacional, con miles de personas que no debieron morir y fallecieron.
Ferguson señala en su libro que “Perú (149 por ciento) y Ecuador (117 por ciento) presentaban el peor exceso de mortalidad” en el mundo, considerando el número de fallecidos el año anterior.
Un pequeño ejemplo de cómo negaba la mafia caviar la realidad, lo experimenté cuando dije eso, que el Perú tenía la mayor proporción de muertos por millón de habitantes. Una ONG caviar, de las que se erigieron en jueces de la verdad (fact cheking), me denunció como un mentiroso por afirmar algo que aparecía en las estadísticas internacionales, pero que el gobierno ocultaba acá.
Pero no solo fueron los cientos de miles de muertos a consecuencia directa del virus, sino una de las peores contracciones de la economía en el mundo por la demencial cuarentena que impusieron y resultados políticos como los que soportamos ahora.
Como subraya Ferguson, “Una catástrofe como, por ejemplo, una pandemia no es un evento aislado. Lleva, invariablemente, a otros desastres: económico, social y político. Puede producirse, como a menudo ocurre, una reacción en cadena, una concatenación de desastres”.
Y no ha terminado. Una de las calamidades que nos amenaza ahora es la hambruna, no como consecuencia de la invasión rusa a Ucrania, sino por la precariedad de nuestra economía. Indica Ferguson que “las hambrunas no están causadas por una carestía de alimentos, afirma [Amartya] Sen, sino que se producen cuando el precio de los alimentos se dispara por encima de la capacidad adquisitiva de los grupos de población que tienen menos ingresos”. Y agrega que, como dice “Sen: que, en su raíz, las hambrunas son desastres políticos, es decir, situaciones en las que, en condiciones de extrema pobreza y carestía, las autoridades no son capaces de evitar un fallo del mercado”.
En síntesis, un excelente libro de Ferguson, que estimula la reflexión sobre la pandemia y la crisis. Y da motivo para recordar y analizar cómo y por qué nos hemos hundido en el abismo.
