Nuestro Congreso, en otra de sus aberrantes y burdas decisiones, ha decidido limitar nuestra libertad otra vez. Ahora, por arte de magia, todos “queremos” ser donantes de órganos. Los legisladores creen que pueden tomar la decisión por nosotros, obligándonos a donar. Y para aparentar que esta no es una coerción indirecta, han dado la posibilidad de que, si no quieres donar, puedes ir y empapelarte en los lentos y burocráticos trámites estatales para no ser un donante. Toda una calamidad.
Quiero destacar que el problema de esta norma no versa sobre la donación de órganos, sino sobre la postura del parlamento que se cree con la potestad de asumir el consentimiento de los peruanos, de “presumir nuestra manifestación de voluntad aprobatoria”. Si quieres donar tus órganos, estás en tu derecho de hacerlo, pero eres tú quien debe tomar la decisión.
Esta ley es una copia del sistema español, el cual fue el primero en implementar esta medida. Con el transcurso del tiempo, países como Holanda, Suiza o Argentina han ido tomando la misma decisión que en España. Sin embargo, ello no significa que sea lo correcto.
Entiendo que somos de los países en la cola dentro de la donación de órganos, y que el Estado quiera intentar revertir la situación para poder salvar vidas, me parece perfecto. Pero, lamentablemente, no puede hacerlo a costa de atentar contra la libertad de los peruanos. Ni tampoco atentando contra la propiedad privada. Porque sí, nuestro cuerpo es nuestra propiedad, y no en el sentido de las feministas abortistas, que utilizan dicho argumento para asesinar a un bebé, sino que nosotros somos quienes optamos qué hacer con nuestro cuerpo (sin atentar contra un tercero), no el Estado.
Además, dicha norma tiene trampa, la cual se aprovecha de una falacia básica del derecho que señala que todos conocemos las normas. No obstante, si bien para efectos jurídicos es necesaria aquella mentira, la realidad dista de aquella afirmación.
¿A cuántas personas busca engañar dicha norma para que donen sus órganos? Es indudable que esa es su intención. Muchos en todo el país no sabrán de esta norma, no sabrán que deberán hacer más del nefasto, tedioso y para nada grato papeleo, si es que no quieren ser donantes de órganos, y ahí es donde el engaño del legislador gana.
Por lo que en realidad el Estado ahora está forzando al pueblo a realizar un trámite más que injusto e innecesario por una presunción que nos fue impuesta. Por más que congresistas como Cavero quieran decir que esta norma no atenta contra nuestra libertad, pues sí lo hace. Implementar la presunción del consentimiento es solo una mentira más, la cual no garantiza además la libertad de decisión de las personas, dado que se aprovecha de su desconocimiento.
El anarcocapitalista Murray Rothbard planteó que cada persona tiene el derecho natural y, a su vez, exclusivo de tomar decisiones sobre su propio cuerpo —ciertamente tomamos la premisa de que esto no dañe a terceros—. Mientras tanto, lo que señala esta norma se acoge a una teoría, también planteada por el autor, que sugiere que en el caso de que el hombre no tenga un derecho total sobre su propio cuerpo, solo tendría un derecho únicamente parcial de un grupo sobre otro, en este caso del Estado sobre nosotros.
Como señala Rothbard, alguien debe controlar nuestros cuerpos, pero si no somos nosotros (en su totalidad) los que disponemos de nuestro cuerpo, entonces entramos en un estado de contradicción en el cual son otros los que disponen de él y nosotros solo podríamos disponer de nuestro cuerpo en cuanto esto se nos sea permitido, de forma arbitraria por el Estado, en este caso.
Además, esta norma compromete nuestra voluntad y demuestra cómo el Estado puede elegir por nosotros, cuando este quiere, de forma unilateral. Este caso es la constatación de que nuestra libertad empieza cuando el Estado lo desea, cuando nos concede la opción.
Sin embargo, como todos sabemos, sí tenemos derecho sobre nuestro propio cuerpo, como indica el derecho natural, por lo que intenta esta norma es reducirnos el derecho, quitárnoslo. Todo con el fin de satisfacer sus ideales y objetivos, cuyo altruismo puede llegar a ser debatible.
