Manual definitivo para sobrevivir a la cena navideña peruana.
(Tratado práctico sobre cómo no terminar peleado, arruinado o bloqueado en WhatsApp)
La cena navideña peruana no es una celebración: es una prueba de resistencia. Una especie de triatlón emocional donde compiten el estómago, la paciencia y la capacidad de fingir que uno la está pasando bien.
Todo comienza con la llegada. Siempre hay alguien que dice “ya estoy saliendo” cuando aún está en la ducha. El pavo entra al horno con retraso estructural, y el hambre colectivo eleva la irritabilidad general. Primer indicador de crisis.
Aparece entonces el tío experto en todo. No importa el tema: política, economía, geopolítica o por qué antes el pavo sabía mejor. Él lo sabe. Tiene datos imprecisos, convicciones férreas y una vocación pedagógica que nadie solicitó. Si alguien lo contradice, responde con la frase más peligrosa de la noche:
—“Infórmate.”
Acto seguido interviene la tía inquisidora, cuya especialidad es la auditoría vital.
—“¿Y tú cuándo?”
—“¿Y los hijos?”
—“¿Y el trabajo?”
—“¿Y el divorcio?”
Todo formulado con una sonrisa dulce que no engaña a nadie. No espera respuestas. Solo quiere sembrar duda.
Entra en escena el primo emprendedor, una criatura fascinante. Siempre está “cerrando algo grande”. Nunca gana dinero, pero siempre está a punto. Su proyecto mezcla tecnología, redes, algo “verde”, algo “disruptivo” y una oportunidad irrepetible para la familia… justo después de Año Nuevo.
No puede faltar el sobrino ideologizado, recién graduado de YouTube y TikTok, que descubrió la solución definitiva a todos los problemas del país hace exactamente tres semanas. Habla rápido, se indigna mejor y acusa de “parte del problema” a cualquiera que no piense igual. Especialmente al abuelo.
El alcohol empieza a circular y cumple su función social: reduce la censura interna. A la segunda copa, resurgen viejas rencillas. A la tercera, alguien menciona una herencia. A la cuarta, alguien dice “eso no fue así”. Punto de no retorno.
Aquí el manual es claro: no intente salvar la conversación. No se puede. Tampoco intente salvar al país. Menos aún corregir datos. El que corrige estadísticas en Navidad termina solo, lavando platos, reflexionando sobre sus decisiones de vida.
Mientras tanto, la abuela observa en silencio. Ella ya vio todo. Sabe exactamente cómo termina esto. Se limita a comer despacio y esperar que pase.
Y pasa. Siempre pasa. Al final de la noche, todos se abrazan, se desean amor eterno y prometen verse más seguido. Nadie recuerda exactamente qué discutió. El sistema colapsa… y se reinicia.
Porque la cena navideña peruana no busca acuerdos. Busca algo mucho más ambicioso: sobrevivencia familiar con daños controlados.
Frase final:
En Navidad no gana el que tiene razón, sino el que logra irse a dormir sin haber dicho “yo te lo dije”.
