Escrito por 20:52 Opinión

Péndulos Americanos, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Durante mucho tiempo la política en Estados Unidos parecía carecer de los violentos péndulos a los que estamos acostumbrados en otras latitudes. Parte de esa percepción era un simple espejismo, pues, para el mundo exterior, EE.UU. proyectaba poder y unidad, lo que no quiere decir que republicanos y demócratas fuesen intercambiables. 

Para lograr este espejismo, ambos partidos marginaron a sus facciones recalcitrantes. En el caso de los demócratas, el año 44, un Roosevelt con salud resquebrajada hizo un acertado reemplazo de vicepresidente para la elección, cambiando al ingenuo izquierdista Wallace por Harry Truman. Truman era un producto del interior de Estados Unidos, hombre austero y honesto, ejemplo de los valores gringos tradicionales.

Los republicanos, después de una larga travesía en el desierto (1932-1950) hicieron a un lado a facciones que no se recuperaban de su pasado y provinciano aislacionismo, bastante inadecuado para la realidad de la Guerra Fría y la post guerra mundial. El resultado es que se generó un consenso que trascendía diferencias ideológicas; los sindicatos dominados por los demócratas eran visceralmente anticomunistas. El discurso socialista no tenía espacio. Los demócratas toleraban algunos rojos, pero sólo como integrantes secundarios de su coalición.

Otro resultado es que los dos partidos políticos funcionaban como grandes carpas, donde se aglutinaban facciones. Así demócratas y republicanos se superponían. Por eso es que, desde nuestra lejanía, parecía indiferente que partido gobernaba y quien era presidente.

Eso cambio lentamente, en especial a partir de este siglo. La génesis de este cambio la identifico en el gobierno de Clinton, demócrata centrista, levemente a la izquierda, astuto y carismático. Su manía adultera le trajo problemas y una muy pública humillación a su ambiciosa, pero menos talentosa esposa, Hillary. Bill pago el precio de la lealtad de Hillary convirtiéndola en su heredera política.

Esto tuvo un terrible efecto en el partido. Bloqueó la renovación y el surgimiento de nuevos lideres, pues estos fueron aplastados y/o cooptados por una maquinaria corruptona (la Fundación Clinton), receptora de ingentes donaciones. Al final, el ascenso de Hillary al trono fue impedido por un advenedizo en la política, Barack Obama, Senador por Illinois que se hizo conocido por dar el discurso de presentación del candidato John Kerry en la Convención Demócrata del año 2004.

Obama la desplazó y en el caos del final del gobierno de Bush (hijo) logró un triunfo electoral categórico. Obama, sin prisa, pero sin pausa, desplazó el partido a la izquierda, empoderó a las facciones antaño marginadas y abrió el camino para muchas de las locuras e insensateces que vemos hoy (identidad de género, exaltación del transexualismo, política identitaria racial).

Del lado republicano, en la familia Bush creyeron tener un derecho monárquico a residir en la Casa Blanca. Primero George padre, luego George hijo y finalmente el otro hijo Jeb. Cierto es que George hijo tuvo que luchar a brazo partido para ser ungido candidato, pero el aparato institucional lo respaldó.

Estas circunstancias unidas al deterioro de la posición de Estados Unidos (11 de setiembre, guerra en Iraq, crisis financiera del 2008, agresividad china, decaimiento de la base industrial) generó en amplios sectores de la población gringa la sensación que el siglo veintiuno estaba siendo un fracaso abrumador.

En este contexto aparece Trump, no como una expresión de extremismo, sino como de rechazo a grupos partidarios que habrían fracasado en la labor gubernativa. El éxito de Trump implicaba sacar del poder a toda una casta burocrática y mediática, parte permanente del paisaje de Washington D.C.

El hecho es que en su primer gobierno Trump, no sabía a lo que se enfrentaba. No entendía la capacidad de las burocracias asentadas de sabotear desde adentro a un gobierno y sus modales fueron desagradables para demasiada gente. Además, le toco el desastre de la pandemia, cuyos criminales encierros enloquecieron a buena parte de la población mundial.

Pero el interregno de Biden fue catastrófico y sólo sirvió para que el izquierdismo, reivindicado sinuosamente por Obama, se hiciera del partido. Hoy toda la energía del Partido Demócrata está en su ala izquierda, antaño apenas tolerada.  

El problema para los gringos en general y republicanos en particular es que Trump cosecha votos de ciudadanos que generalmente no participan de la política y de las elecciones y los demócratas están firmemente unidos en el odio desencajado a todo lo relacionado a Trump.

En ese orden de ideas, el futuro político de EE.UU. estará en función del éxito económico del actual gobierno (algo que depende en medida importante del ciclo económico, distinto al político) y de si el movimiento MAGA encuentra un heredero que movilice votantes como lo hizo Trump.

Si eso no ocurre, en pocos años la política del gigante del norte se caracterizará por péndulos violentos. Si, por el contrario, encuentran, por ejemplo, en el vicepresidente Vance un liderazgo exitoso el Partido Demócrata tendría la oportunidad de recuperar la sobriedad perdida, previa acumulación de algunas derrotas y estadía en el desierto. Este liderazgo tendría además que romper el venenoso embrujo que corrientes neomarxistas están ejerciendo en sectores jóvenes de la población.

Sería el colmo de la ironía que el comunismo se reconstruya justamente desde Estados Unidos; posibilidad que NO encuentro remota, pero que tendría que ser materia de otro artículo.

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Etiquetas: , , , , , , , Last modified: 16 de noviembre de 2025
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