OpiniónDomingo, 22 de mayo de 2022
Victoria y Honor Naval, por Michel Laguerre Kleimann
Michel Laguerre Kleimann
Capitán de Corbeta e historiador.

Sobre el combate naval de Iquique (21 de mayo de 1879) podemos tener varias lecturas, como por ejemplo la táctica y la humana. En esta misma fecha, la victoria y el honor naval dejaron sus pinceladas sobre el lienzo marítimo.

La fuerza naval bloqueadora esperaba que la peruana arribase al puerto y se produjera el combate decisivo. Sin embargo, ante la espera de 45 días, decidió zarpar rumbo al Callao, dejando el bloqueo del puerto a la Covadonga y a la Esmeralda. Por causa del azar, la escuadra peruana había zarpado casi al mismo tiempo rumbo al sur. Se habrían cruzado a la altura de Atico sin visualizarse mutuamente.

El zarpe de la Escuadra peruana respondió a un análisis de la situación llevada a cabo por altos funcionarios del gobierno y con la asistencia de personas entendidas en la materia, entre ellos los capitanes de navío Miguel Grau y Juan Guillermo More. Luego de contrastar las posibilidades del enemigo, así como los cursos de acción propios, se tomó la decisión de que Mariano Ignacio Prado enrumbase lo antes posible hacia el puerto de Arica, que fungiría de base avanzada para las fuerzas peruanas.

En este contexto, y con nuevas informaciones respecto al bloqueo del puerto, el monitor Huáscar y la fragata Independencia arribaron a Iquique en la mañana del 21 de mayo. Inicialmente, Miguel Grau iba a entablar combate con la Covadonga, mientras que Juan Guillermo More lo haría con la Esmeralda. Sin embargo, los objetivos se intercambiaron ante la fuga de la Covadonga, comandada por un hijo de peruana y sobrino del entonces Comandante General de la Marina de Guerra del Perú.

El combate en sí comenzó a las 8 de la mañana y terminó a las 1210 de la tarde. En un inicio, Grau intentó derrotar a la Esmeralda con cuarenta tiros de su artillería. Ante la falta de precisión de los peruanos, y al más puro estilo cartaginés, se empleó el espolón contra la madera adversaria. Producto de la tercera embestida, la Esmeralda ingresaba a su tumba marina llevándose consigo a la resistencia de su tripulación.

Luego vino el rescate de los 62 náufragos dándoles ropa y una buena atención –en palabras del teniente primero chileno Luis Uribe, sobreviviente del naufragio– lo que refleja el ejemplo “de un jefe cabal que defiende a su patria sin olvidar la naturaleza humana de sus adversarios”.

“La intención surge del corazón, y la palabra humana debe ser reflejo del corazón y la mente”, sostuvo el autor Álvaro Silva en su magnífica obra sobre Tomás Moro. Es por ello, que tanto en el parte que Grau eleva oficialmente informando de los sucesos y resultados del combate, así como la carta íntima-familiar que le envía a su cuñada Manuela Cabero Núñez, casada con el marino chileno Oscar Viel y Toro, se confirma lo escrito a la viuda de Arturo Prat, doña Carmela Carvajal: Que tanto su esposo, como quienes lo acompañaron en la Esmeralda “fallecieron víctimas de su temerario arrojo”.

Estas misivas permiten apreciar con agrado y sano orgullo el mismo mensaje que revela la coherencia y seguridad moral de Grau. No existió doble discurso ni temor de reconocer el valor del digno adversario y su tripulación, quienes “perecieron víctimas de su temerario arrojo”.

La fecha de ayer, que celebramos el día de la Victoria y el Honor Naval –honor que también demostraron los marinos de la fragata Independencia liderados por el capitán de navío Juan Guillermo More–, invita a la reflexión sobre el actuar de quienes nos antecedieron en la defensa de la patria, los que supieron diferenciar entre el adversario y quien no lo era.

Asimismo, vale tener en consideración el drama interno –el abatimiento en su segunda acepción– que experimentó el comandante de la Independencia, quien cargó sobre sus nervios la responsabilidad del naufragio de la fragata blindada. Su honor lo llevó a buscar la muerte en combate para limpiar su apellido, su legado, su herencia. El 7 de junio de 1880, cumplió su cometido.

Es así que en la esquela de la pintura que lo eterniza, se lee con talante griego: “Punta Gruesa y Arica a un tiempo mismo/De Moore explican la sublime historia/Si en la una se estrelló su patriotismo/ En la última encontró martirio y Gloria”.