OpiniónMiércoles, 27 de julio de 2022
En memoria de Miguel Grau, por Michel Laguerre Kleimann
Michel Laguerre Kleimann
Capitán de Corbeta e historiador.

Recordar con seriedad y naturalidad la vida de los grandes hombres que iluminan desde el pasado es una tarea necesaria para continuar mejorando como ciudadanos. Rememoremos aquella máxima que sostiene que nadie quiere lo que no conoce, ni nadie defiende lo que no quiere. Esta expresión, en tiempos actuales, adquiere quilates de profundo significado.

Ya, en 1927, el capellán de Escuela Naval del Perú sostuvo que “nada, en nuestro sentir, simboliza tan cumplidamente la Patria como un héroe. En él se encarna el valor moral de toda una raza, el civismo de todo un pueblo, las supremas aspiraciones espirituales de todo un estado”.

Miguel Grau Seminario ha demostrado que su fuerza vital ha superado con creces la prueba del tiempo. La trascendencia de su recuerdo no sólo se consolida cada año, sino que traspasa las fronteras propias y se universaliza para honra de la Patria.

Nacido un día como hoy en la provincia de Piura, a los diez años de la victoria de la batalla de Ayacucho. Nuestro héroe perteneció a la primera generación de peruanos nacidos en la República, cuyos integrantes tuvieron en sus manos la misión de construir un Perú digno de vivir al lado de las naciones libres y soberanas.

Embarcado en naves mercantes desde temprana edad, Grau pasó los duros años de la niñez tardía, adolescencia y juventud navegando en los mares del globo. Sus habilidades náuticas le permitieron ascender rápidamente en la carrera, siendo designado responsable de delicadas misiones tales como la adquisición de un buque de guerra en pleno conflicto internacional con España. Este buque se llamó Unión, y fue la plataforma sobre la cual el entonces Capitán de Fragata Miguel Grau recibió su bautizo de fuego en la mar durante el combate naval de Abtao.

A los pocos años, asumió el comando del buque con el que se recordarían, en palabras del ex presidente de Estados Unidos de América, T. Roosevelt “los actos de heroísmo mayores que jamás se han hecho en algún otro barco blindado de cualquier nación del mundo".

En efecto, Grau ejerció el liderazgo profesional de sus compañeros de armas, siendo un activo defensor de las Instituciones y de la Constitución cuando peligraron en épocas oscuras de nuestra historia. Este periodo precedió a su sencilla -pero nutrida de principios éticos- actividad política en el parlamento nacional. De la lectura de sus intervenciones se desprende el anhelo de servicio, así como las aspiraciones de aprender de un peruano digno de todos los tiempos.

Durante su ejercicio activo en el Congreso de la República, el Perú fue obligado por las circunstancias a ingresar a una guerra que no esperaba ni estaba preparado. Sin embargo, fue el Capitán de Navío y posterior Contralmirante de la Armada Nacional, Miguel Grau Seminario, quien irradió la luz entre las tinieblas (et lux in tenebris lucet) mostrando el camino de valor, dignidad y coraje a seguir. No estaba obligado a dejar su cargo de Diputado para comandar el Huáscar, pudo no hacerlo, pero tomó la decisión indicando a sus compañeros de curul que la Patria lo necesitaba donde mejor pudiera serle útil en dichos momentos.

Es por ello, que el distinguido historiador Jorge Basadre sostuvo que “cuando vivimos en medio de una crisis honda y universal en este país olvidadizo, evocar a Grau en su significado más profundo implica nada menos que provocar esa actitud por los griegos llamada catarsis, o sea una limpieza o descarga”.

Sus acciones navales y humanitarias le merecieron el reconocimiento legítimo como Caballero de los Mares y preclaro precursor del Derecho Internacional Humanitario de la guerra en el mar, puesto que su accionar respondió a la digna tradición fraterna de los hombres de mar, no a una codificación en prensa.

Su tránsito a la Gloria durante el Combate Naval de Angamos marcó un antes y un después de nuestra historia. Las honras públicas y privadas hechas en todos los ámbitos de la nacionalidad, y en todos los tiempos, nos demuestra que la Marina de Guerra es una institución que tiene entre sus integrantes al peruano que encarna los deseados valores de una sociedad anhelante de símbolos a imitar. No está de más anotar la clara inscripción que se encuentra al ingreso de la cripta donde reposa: “Cadetes navales, Seguid su Ejemplo”, consigna que bien debe proyectarse a: “Peruanos, Seguid su Ejemplo”.

En este punto, quiero resaltar que esta peculiaridad conductual de Miguel Grau Seminario no revela caracteres extraordinarias o supernaturales. Todo lo contrario, fue tan humano y cotidiano como nosotros. Tuvo aspiraciones, dudas, alegrías y temores; tuvo sueño, hambre, dolor y cansancio. Sin embargo, su coherencia de vida producto de una disciplina autoimpuesta, así como de una fe verdadera, le permitieron ser el hombre que hoy, 188 años después de su nacimiento, recordamos con el mejor de nuestros ánimos.

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