OpiniónDomingo, 14 de agosto de 2022
La partida del Gallo, por Fernando Rospigliosi

Los ataques y amenazas de Pedro Castillo, Aníbal Torres y otros integrantes de la gavilla que se ha apoderado del gobierno, a la Fiscalía, el Congreso y la prensa independiente, han subido de tono los últimos días. Esto ha sido interpretado como una muestra de desesperación de un gobierno acorralado.

Sin duda, esa es parte de la explicación. Las últimas acciones de la Fiscalía están demostrando, fuera de toda duda razonable, la comisión de delitos por parte de la banda –en realidad son varias- que encabeza Castillo.

La insolente obstrucción de la justicia que practica esta pandilla no tiene precedentes. Impidieron por más de una hora el ingreso de fiscales y policías a Palacio para posibilitar que se escabullera Yenifer Paredes y para limpiar todo rastro de ella –quizá también documentos comprometedores- en la residencia, donde habitaba. Luego, la ocultaron y ahora se niegan a entregar los videos con el absurdo pretexto que comprometería la seguridad nacional. En verdad lo único que podría comprometer es la seguridad de la banda delincuencial que ha ocupado Palacio.

Los involucrados de este último acto delictivo parece que no conocen la historia. En el 2000, cuando se derrumbó el gobierno de Alberto Fujimori, civiles, militares y policías, cumpliendo órdenes, cometieron delitos similares y luego tuvieron que sufrir procesos y sentencias a pesar que, algunos casos, solo habían obedecido a sus superiores.

Pero ahora no solo se trata de los estertores de un gobierno agonizante, como optimistamente creen algunos, sino de la típica estrategia comunista que incentiva el odio clasista y racista para justificar sus fechorías.

Desde el comienzo ellos sabían que no podrían coexistir con una prensa independiente y un Congreso al que no controlaban absolutamente. Peor aún, el cambio en la Fiscalía, la salida de la Lagarta, empeoró sustancialmente su situación.

Ahora tratarán de dar el golpe movilizando no al pueblo, que los rechaza en una proporción abrumadora, sino a turbas violentas que provoquen incidentes que les permitan justificar el zarpazo a las instituciones.

¿Parece improbable? Sí. También era improbable que una caterva de unos cientos de violentos pagados provocara muertos y heridos y derribara al gobierno de Manuel Merino. Y que, increíblemente, fuera reemplazado por los que menos votos habían obtenido en las elecciones.

Moraleja: no hay que subestimar la capacidad de manipulación de comunistas y caviares.

Una sorpresiva despedida.

Se va el agente de inteligencia cubano Carlos “el Gallo” Zamora que funge de embajador en el Perú.

En un críptico mensaje de adiós, dice que “nuestro triunfo, nuestro éxito, nuestro sentimiento de victoria no están basados en idealismo o en romanticismo, está basado en hechos reales”.

¿Hechos reales? ¿Cuáles? ¿Acaso ya lograron la suficiente influencia en las FFAA para vanagloriarse de su éxito?

Algunas versiones aseguran que se va porque ni él, con toda su siniestra experiencia, ha podido unir a todas las facciones comunistas y caviares, ni salvar al gobierno del descalabro.

No obstante, otra posibilidad es que haya preparado una violenta asonada que contaría con la inacción o complicidad de sectores de la policía a los que han logrado corromper, y también, por métodos similares, conseguido neutralizar a las FFAA.

En este caso, entonces, su partida se explicaría por el intento de librarlo de cualquier responsabilidad, tanto si tienen éxito como si fracasan, de las atroces consecuencias que tendría una algarada.

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