EditorialMiércoles, 31 de agosto de 2022
Editorial: La muerte de Gorbachov

Un debate fundamental en las ciencias sociales es el de agencia y estructura, ¿Un solo hombre puede cambiar los designios de la historia o, por el contrario, esto es imposible y solo el cambio de las estructuras socioeconómicas alteran su devenir? Este debate es permanente y, por qué no decirlo, obsoleto. Hoy en día, hay más enfoques, incluso varios que retroalimentan las distintas perspectivas. Sin embargo, durante lo más duro de la Guerra Fría, los liberales occidentales apostaban por una visión de agencia, mientras que los marxistas soviéticos creían que solo una revolución en las estructuras de la sociedad cambiaría su devenir.

Llegaría un hombre que le demostró al mundo comunista que la agencia es esencial. Si bien marxista de formación y comunista de ejercicio, Mijaíl Gorbachov desmitificó la doctrina a la que sirvió y sus acciones personalísimas cambiaron el mundo para siempre.

Gorbachov quedará en la historia como el presidente de la URSS que disolvió a esta misma superpotencia. Esa no era su misión. Él quería reformarla, volverla abierta política y económicamente, a través de las políticas del Glasnot y la Perestroika, respectivamente. Llamó a elecciones para los sóviets y permitió la apertura a la iniciativa privada en la economía.

También lideró una dolorosa transición, que se vio vulnerada por intentonas de golpes de Estado y traiciones desde su propio partido. Pero los dados estaban echados y, junto a Boris Yeltsin, desestructuraron la URSS, dieron la independencia a Bielorrusia, Ucrania y los países bálticos, entre otros cambios fundamentales.

Luego de su mandato, quebrado, pero reconocido, grabó comerciales para Pizza Hut y Louis Vuitton. Algo más que extraño para quien fue secretario general del Partido Comunista. También ganó el premio Nobel de la paz en 1990, ¿Las razones? Principalmente, su apertura política, la tregua nuclear que propuso con EE. UU y el retiro de tropas de Afganistán. Un líder de la URSS galardonado con el premio Nobel de la Paz es, a su vez, algo único.

Gorbachov fue un jefe de Estado más preocupado en mejorar las condiciones de vida paupérrimas de la URSS que en mantener a toda costa el status de superpotencia. Probablemente no cumplió sus objetivos en lo material, pero en lo subjetivo con creces. Promovió las libertades políticas. De hecho, el dinero del premio Nobel lo utilizó para financiar un diario de corte liberal.

Fue la figura del fin de la Guerra Fría y eso le costó caro a su país. Para los gobernantes rusos modernos, Gorbachov es un traidor, un líder que destruyó el poder nacional. Por eso Putin marca distancia de su legado. Por eso Putin considera “la mayor catástrofe geopolítica del siglo” la disolución de la URSS, mientras él convoca guerras con miras a reproyectar el status de superpotencia, mientras el pueblo sufre la pobreza económica en parte auspiciada por las sanciones que genera.

Tanto Putin como Gorbachov demuestran que las acciones de un hombre en específico pueden cambiar los designios de la historia. Algunos para bien, trayendo apertura y paz, y otros para mal, con guerra y destrucción.

Gorbachov fue un hombre valiente. Un “milagro” en la historia, para el sovietólogo George F. Kennan. Fue un hombre que siendo uno de los más poderosos del mundo, decidió usar sus posibilidades para el bien global. Y eso, más allá de las ideologías y sus pertenencias partidarias primigenias, es digno de recalcar.

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