Hace unos días, en una entrevista realizada en Canal N, el conductor de televisión Jaime Chincha conversó con el congresista no agrupado Edward Málaga. Esta tertulia no sería novedad —como casi ninguna entrevista de su programa— de no ser por un comentario en el que el entrevistador, queriéndose pasar de vivo (no lo es), quiso escuelear al congresista.
“A usted le dicen camote”, suelta el entrevistador con una mirada pícara propia de un niño que se alucina malhechor al desobedecer a sus padres durmiendo una hora más tarde. Como respuesta, el congresista contestó “pero ¿quién me lo dice?”, con una sonrisa. La ingeniosa e inesperada réplica desencajó al entrevistado, quien mató su propio chiste tratando de explicarlo. Y es que la referencia, para aquellos que aún no hayan captado la punchline, alude a los colores del mencionado tubérculo: morado por fuera y naranja por dentro.
Esto porque se le acusa al congresista de ser un tránsfuga ideológico. Como se recuerda, llegó al Congreso como invitado del extinto Partido Morado junto a Flor Pablo y Susel Paredes. Durante sus primeras intervenciones, se referían a sí mismos como los tres mosqueteros, aunque por su número no podrían formar una bancada. La alianza duró poco, pues por los intereses ideológicos y políticos de los parlamentarios, se separaron.
Llama la atención que del otrora power trío se le cuestione más a Málaga que a las otras dos congresistas electas por el Partido Morado. Flor Pablo y Susel Paredes votaban casi siempre en bloque con la izquierda y dieron voto de confianza a los gabinetes de Castillo sin objeciones. Además, cuando se trataba de vacar al muy cuestionado presidente, siempre ponían objeciones argumentando que iba en contra de la estabilidad o que las pruebas no eran categóricas.
En cambio, Málaga, quien admitió haber votado por Pedro Castillo, decidió impulsar una moción de vacancia contra el entonces presidente que no llegaría a darse por el golpe de Estado que este último perpetraría horas antes del debate.
Volviendo a la contestación del congresista, fuera de dejar mal parado al huachafo imitador de Jaime Bayly, reveló una verdad contundente: ¿quiénes lo apodan así? ¿Es una mayoría? ¿Es relevante?
Cuando se alude usualmente al impacto de un fenómeno en las redes sociales, es posible verificar su magnitud. Es fácil saber cuándo la gente está hablando sobre los conciertos de Taylor Swift, las polémicas del gobierno de Nayib Bukele o algún chisme de la farándula y cuándo realmente solo unas cuantas cuentas de trolls de internet están haciendo bulla en Twitter de algún tópico de su interés (o frustración propia) porque en sus hogares son insoportables y nadie los quiere escuchar. Esto aplica para todas las situaciones y no es propio de un sector político. En realidad, no es propio ni siquiera de temas políticos.
Resulta pues que este entrevistador se habrá olvidado de las numerosas chapas, memes y apelativos con los que usuarios de redes lo etiquetaron después de conocerse unos curiosos y picantes chats cuyo impacto hicieron que se tome unos días libres de su trabajo. Pero los temas personales a un lado.
No solo hay un sinsentido en querer propagar apodos con pataletas que impulsa la izquierda para verse genial y así ganar adeptos entre los jóvenes que disfrutan de la chacota, sino que, en realidad, dejando de lado los colores políticos que se pueda tener, lo más importante es actuar con sentido común y pragmatismo.