“Quien controla la narrativa controla el futuro de la revolución”, dijo el marxista Walter Benjamin. La izquierda lo ha sabido desde siempre mientras que la derecha se preocupaba más por destacar en la clase empresarial, ignorando el amplio poder del lenguaje.
El progresismo, que es al comunismo lo que el avocado toast es al pan con palta, lleva décadas apropiándose del lenguaje. No son tontos estos caviares. Saben que si se abanderan de las palabras correctas pueden incrementar su autoridad moral y hasta legal.
Igualdad, tolerancia, amor y respeto son parte del rosario de estos cristofóbicos. Quien se oponga a ellos debe ser, por orden lógico, un intolerante, un irrespetuoso, un machista, homofóbico, xenofóbico y racista. Han logrado posicionar tanto a la izquierda como interesados en el bienestar de la sociedad, que la derecha es vista como desalmada. El mismo Maduro tiene el carapacho de llamar dictadores a los presidentes de la otra orilla.
A la lista de palabras que la izquierda ha logrado apropiar, se pretende sumar la todopoderosa “democracia”. Desde su iPhone 25, los caviares, con polo del Ché puesto, alzaron las voces este año, alegando “esta democracia ya no es democracia”. “La democracia está en peligro”, gritaron youtubers sin fuentes ni guion. “¿Saben qué es democracia?”, me pregunto.
Ruth Luque, congresista, declaró en reciente columna en El Comercio que “la reelección [de congresistas] es una amenaza a la democracia”. Sigue la parlamentaria, “la reelección congresal en estas condiciones significa perpetuar en el poder a representantes sin legitimidad para la ciudadanía”. Es un placer siempre para mí destruir la lógica del discurso progre. Aquí vamos.
Luque insiste en esta ridícula premisa de que los congresistas son reelegidos por gracia divina o por convicción personal. La autopercepción profesional, al igual que la sexual, no altera la realidad. Los congresistas (de aprobarse la reforma constitucional) podrán ser elegidos por los electores en voto popular. No hay mayor ejemplo democrático que permitir que el demos decida si un congresista debe quedarse o no.
En la segunda parte, donde menciona la legitimidad, se refiere a los congresistas tan solo como representantes y no se da cuenta del error de su lógica. Son representantes porque el Perú no es una democracia sino una república democrática, un sistema de gobierno por representantes que son elegidos por la mayoría para tomar las decisiones. Los reconoce como tales y luego les resta la legitimidad, faltando ella misma el respeto a la democracia por la que fueron elegidos. Los congresistas en el parlamento podrán no tener el aprecio de algunos electores, pero de los electores que no votaron por ellos. Recordemos que solo podemos votar por 2 de 130.
Proyecta la parlamentaria su preferencia política e ideológica en el resto. En su proyección egoísta logra confundir a incautos en el verdadero significado de democracia. Para ellos, la democracia solo existe siempre y cuando les favorezca. Pero darle Kratos (poder de decisión)al demos siempre abre la posibilidad de que el resultado no sea de nuestra agrado. Y ser democrático es saber respetar esa decisión.