En el Perú, hacer algo es más peligroso que no hacer nada. El intento de la Municipalidad de Lima por poner en marcha el tren de cercanías entre la capital y Chosica ha provocado reacciones furiosas de burócratas, opinólogos, técnicos de escritorio y, por supuesto, de los caviares que llevan décadas administrando la parálisis del país con lenguaje elegante y resultados nulos. El proyecto no es perfecto, para nada. Pero por eso mismo resulta intolerable para quienes han convertido la inacción en doctrina.
Porque esto no va de vagones viejos ni de estudios incompletos. Va de algo mucho más simple y más grave: alguien se atrevió a actuar sin pedir permiso.
Mientras millones de limeños pierden la vida en combis, buses colapsados y tráfico infernal, el Estado central se especializa en diagnósticos. El Ministerio de Transportes, la ATU, la PCM y cuanto organismo caviar se ha inventado en los últimos veinte años tienen mil razones para explicar por qué no se puede. Todas técnicas, todas bien intencionadas, todas inútiles. Pero que un municipio, con todos sus defectos, decida salirse del libreto y lanzar una operación ferroviaria mínima, eso sí que les duele.
No es el tren lo que les molesta. Es que les recuerden que no han hecho nada y que, además, se vienen las elecciones.
La Municipalidad de Lima no está prometiendo milagros. Está diciendo, con hechos, que la espera terminó. Que si hay vagones donados, se usan. Que si se puede mover un poco a la gente, se hace. ¿Que no está todo listo? Bienvenidos al Perú real. Acá, si esperamos al expediente perfecto, no vamos a mover un solo metro de riel hasta el 2040. Y eso lo saben todos.
Por eso el ministro Sandoval responde con amenazas. Por eso la prensa progresista pone el grito en el cielo. Por eso los “expertos” hablan de “improvisación peligrosa”. Porque el peor crimen, en su lógica, no es equivocarse: es hacer algo por el Perú.
El sistema parasitario no tolera que lo desafíen. El limeño de a pie sí. El limeño que vive en Santa Anita, en Ate, en Chosica, entiende perfectamente que el tren no es la solución total, pero puede ser un alivio. Y que alguien, por fin, se haya atrevido a hacer algo concreto, ya es más de lo que han hecho cinco gobiernos y veinte ministros.
¿Se necesita más inversión? Claro. ¿Hace falta mayor planificación? Obvio. Pero la pregunta de fondo es otra: ¿qué hacemos con los millones de personas atrapadas todos los días en un sistema de transporte que se cae a pedazos? ¿Seguimos estudiando quince años más, veinte? ¿O probamos caminos nuevos, incluso si son imperfectos?
La municipalidad acaba de retirarse de la “mesa técnica” del MTC. Bien hecho. Era una mesa de adorno, diseñada para estirar el tema hasta que el próximo gobierno lo archive. Cuando un ministerio quiere demorar algo, crea una mesa. Cuando un político quiere resolver, actúa.
El tren Lima–Chosica no es una solución mágica. Pero es una señal. Una grieta en la muralla de tecnocracia hueca que asfixia al Perú desde hace décadas. No es una revolución, pero sí una herejía: la de atreverse a gobernar sin pedirle permiso a los que no han hecho nada por el Perú, pero han vivido de él.