El 13 de agosto de 2025 quedará en la memoria política del Perú como un día inusual: tres movimientos, distintos en forma pero convergentes en fondo, cristalizaron la lucha contra el bloque caviar que durante décadas ha dictado sentencia moral sobre la República. Fue un “perfect day”, según Aldo Mariátegui; pero, como toda victoria en una guerra larga, debe ser entendido también como un recordatorio: el enemigo aún respira y no descansará hasta revertirlo todo.
La primera y más simbólica jugada vino desde Palacio. Dina Boluarte promulgó la ley de amnistía para militares, policías y comités de autodefensa que enfrentaron al terrorismo entre 1980 y 2000. Fue un acto de reparación histórica frente a décadas de persecución judicial e infamia mediática. Más de seiscientos procesos y más de ciento cincuenta condenas serán anulados, devolviendo el honor a quienes, en condiciones extremas, defendieron la existencia misma del Estado peruano. Por fin, el relato caviar que retrataba a nuestros soldados como verdugos y no como guardianes recibe un golpe directo desde la ley.
Ese mismo día, el Poder Judicial ordenó la prisión preventiva para Martín Vizcarra, el “Lagarto” que se vendió como adalid de la moral política mientras maniobraba en la sombra, acumulando acusaciones por sobornos y corrupción. Verlo ingresar a prisión es un espejo de justicia tardía para miles de peruanos que padecieron su gestión errática y sectaria. No es revancha; es simplemente que, en el Perú de hoy, ni los ídolos de barro de la prensa progresista pueden escapar indefinidamente a las consecuencias de sus actos.
La tercera noticia fue el retorno de Patricia Benavides a la Fiscalía Suprema Penal. Para los caviares, que apostaron por su destierro judicial, es una señal de que las piezas no se mueven siempre a su favor. En un Ministerio Público donde la correlación de fuerzas importa tanto como las carpetas fiscales, su presencia reequilibra un tablero que parecía completamente inclinado hacia el activismo judicial de izquierdas.
Las tres jugadas juntas pintan un 13 de agosto que, visto desde fuera, podría parecer el día en que el bando patriota ganó la guerra. Pero ese sería el peor error: confundir una jornada luminosa con el final del túnel. Los caviares y sus redes —en ONGs, organismos internacionales, prensa militante, universidades y tribunales— no se replegarán para siempre. Reagruparán fuerzas, encontrarán grietas legales, buscarán revertir la amnistía en instancias internacionales, victimizarán a Vizcarra para la galería mediática y atacarán a cualquier fiscal que no baile a su música.
La historia política del Perú enseña que cada avance real es contestado con una contraofensiva inmediata. Quien crea que el 13 de agosto marca el fin de la batalla desconoce la persistencia de quienes han hecho del poder moral y judicial un monopolio cultural. Este día debe ser celebrado, sí, con gratitud a quienes empujaron estas medidas. Pero debe ser celebrado como se celebra tras tomar una posición en combate: con disciplina, con guardia alta y con la conciencia de que lo ganado hoy se puede perder mañana si el frente patriota baja la presión.
La amnistía, la prisión de Vizcarra y el retorno de Benavides son tres victorias que, juntas, mandan un mensaje: el Perú no está condenado a vivir bajo el dictado de una minoría ideologizada que desprecia su historia y a sus defensores. Sin embargo, la verdadera victoria no se alcanzará hasta que el proyecto caviar —su poder judicial paralelo, su hegemonía mediática, su control de la narrativa— quede completamente desmantelado.
Y para ello, la cita decisiva será en el 2026. Ese será el combate final en las urnas, donde se definirá si estas victorias se consolidan en un proyecto nacional o se diluyen bajo la contraofensiva progresista. El 13 de agosto fue un buen día. Que no sea el último… y que sea el preludio de un triunfo total.