La masiva invasión de pantallas, que en la actualidad viene afectando y sufriendo la humanidad, trajo a mi memoria algunos recuerdos de lo importante que es para mí la lectura y mis primeros libros, en contraposición a las pantallas, en mi caso a la televisión de mi niñez.
Mi padre fue un gran lector y esta cualidad la heredó este humilde servidor. Ya desde los nueve años acompañaba a mi padre a las mejores librerías de Lima y siempre salía con un libro en la mano: una novela clásica de Verne, Dumas o Stevenson: una biografía de un personaje histórico, artista, escritor, músico —pues la música me apasionaba hasta hoy— o de un santo inclusive; o un libro de texto sobre arqueología, historia, filosofía o psicología. Además, no me gustaban las versiones para niños y jóvenes. Quería leer una novela en su versión original. Esta costumbre de visitar librerías la seguimos realizando con mi padre hasta mi adultez. Por otro lado, debo decir que nunca me costó entender lo que leía, salvo obviamente algún libro en inglés o en francés en donde ante una palabra que no conocía su significado, recurría al diccionario, naturalmente. Pero por lo general, lo que leía me quedaba claro.
Hace unos años, leer un buen libro y entenderlo parecía obvio. Hoy, sin embargo, esto ya no es tan obvio. En los años setenta, ante la presencia de la televisión, en mi niñez no negaré que pasé del “Tío Johnny”, “Cachirulo y sus argonautas” y etc., hasta ver algunas telenovelas que te atrapaban ipso facto: “Simplemente María”, “El Profesor Aldao”, “Nino”, “Natacha”, “Los hermanos Coraje” hasta “Los ricos también lloran”, etc. Mis padres me controlaban las horas que estaba ante el televisor. Aun así, en paralelo siempre leía bastante, especialmente antes de dormir en las noches, costumbre que hasta hoy sigo. Sin embargo, las horas que los niños y jóvenes pasaban ante un televisor ya eran preocupantes pues afectaban a sus tareas y estudios escolares. En otras palabras, la influencia de la televisión en niños y jóvenes ya constituía una problema o una seria preocupación, por decir lo menos, y afectaba a las personas especialmente a los niños y jóvenes, causándoles una seria adicción por la TV.
Hoy la adicción por el televisor ha sido reemplazada por una mucho más grave adicción por las pantallas —como hoy se les denomina en general— de toda clase: computadoras portátiles (laptops), tablets y en especial, los celulares. Lo que comenzó como un simple teléfono portátil, hoy se ha transformado en un instrumento casi vital —por no decir esencial de vida o muerte— para niños, jóvenes y adultos inclusive que, además del teléfono en sí, incluye el internet con todos los programas o aplicativos, especialmente juegos, videos, fotografías, etc. que el internet conlleva.
Hoy se puede apreciar como el libro y la lectura han sido poco a poco desplazados para ser reemplazos por las imágenes y las pantallas. El problema que ello genera, además de una clara adicción a la pantallita, es que al recibir desde pequeños solo imágenes que podemos apreciar mediante el sentido de la vista, nuestro cerebro solo procesa cosas que son apreciadas, repito, por nuestros ojos y oídos: un auto, una mesa, un árbol, personas, una casa, música, una canción, un ruido determinado, etc. Sin embargo, el cerebro no procesa conceptos, ideas abstractas, pensamientos, etc. solo cosas tangibles por los sentidos. De allí que hoy en día se puede apreciar cada vez más en los colegios y más aún en las universidades (desde los jóvenes milenials, generación Z y generación Alfa) como ante una pregunta que implique conceptos como libertad, amor, odio, esperanza, ideología, etc. la persona se queda muda y no procesa la pregunta. No la entiende.
En dos palabras: se está perdiendo el pensamiento crítico. El cerebro se está acostumbrando a no “pensar”, solo a observar y recibir pasivamente imágenes y punto. No es un cerebro activo si no totalmente pasivo. A eso estamos acostumbrando a nuestros niños y jóvenes: a no pensar. De allí que hoy en día intelectualmente cueste más un debate de ideas, realizar una reflexión, expresar una opinión, un análisis, etc. pues se trata de generaciones que han nacido, crecido y viven en base a imágenes (videos, fotografías, TikTok, Instagram, etc.). Hoy no se lee o se lee poco y cuando se lee, casi de manera obligada (Plan Lector en los colegios o la bibliografía de una asignatura o curso en la universidad) no se comprende lo que se lee.
Aunque usted no lo crea, de acuerdo con la evaluación PISA del 2022, el Perú ocupó el puesto 55 de 81 países en comprensión lectora. En nuestro país solo el 17% de alumnos en zonas rurales entienden lo que leen. Hoy, 2025, la situación es más grave. El Perú ocupa el puesto 59 de 67 países evaluados en calidad educativa, según el Ranking de Competitividad Mundial. De acuerdo con los resultados de la Evaluación Nacional de Logros de Aprendizaje de Estudiantes (ENLA), del 2024, la situación es caótica. Este bajo nivel educativo y de comprensión lectora, entre otras consecuencias, limita dicho sea de paso la empleabilidad de estas personas condenándoles a un futuro difícil e incierto.
Al margen del bajo nivel de nuestro profesorado y escuelas, hay una realidad ante la cual no podemos cerrar los ojos: el boom de las pantallas está logrando que desde los niños —por no mencionar a las criaturas de meses—, adolescentes y jóvenes cada vez más lean menos —o simplemente no lean— y si haciendo un esfuerzo en el colegio o luego en la universidad, leen algunos artículos de una revista académica o libros de texto, su comprensión sea escasa, se aburran y lo dejen. Podemos observar ya cómo desde criaturas de un año o año y medio, se les pone delante de los ojos un celular con videos y musiquitas para mantenerlos casi “zombies”, y que no molesten y den trabajo a los padres de familia. ¡Hoy los celulares y tablets son las “niñeras” del siglo XXI, de muchos bebes y niños! ¡Son la solución más sencilla y fácil! ¡Que los cuide y eduque el celular! Y conste que no menciono el rol de consejero, asesor, padre o madre de familia, amigo, etc. que hoy cumple programas de IA como Meta o Chat-GPT. Eso ya será materia de otro artículo.
En conclusión, parafraseando a Michel Desmurget, es aconsejable fomentar la lectura y los libros. Más libros y menos pantallas, desde los más pequeños. De allí que recomiendo el libro “Mas libros y menos pantallas”. ¿Sabía usted que cada año —y esto va en crecimiento— el consumo lúdico de pantallas (juegos y hoy además apuestas) devora 112 días de la vida de un alumno de segundo de secundaria, esto es, 3,7 meses o casi 2,690 horas, equivalente a tres cursos escolares? Los adolescentes dedican catorce veces más tiempo a sus juguetes digitales que a la lectura; los preadolescentes casi diez veces más.
En fin, no los aburro con más datos que son aterradores y esto va a peor, como dicen los españoles. En todo caso, cuidemos la educación de nuestros niños y jóvenes, que lean más. Ya basta de formar a esta especie de “zombies digitales” que vemos deambulando a diario por calles, plazas, restaurantes, reuniones, etc. celular en mano y hasta hablando a solas, pues recuerden que, a más pantallas, menos leo y —lo más triste—… ¡menos entiendo! L.Q.Q.D.
