En el Perú, cada cierto tiempo reaparece un nuevo rostro que promete “cambiarlo todo” en nombre del pueblo. Pero no nos dejemos engañar, no es más que la misma receta del llamado socialismo del siglo XXI.
En ese sentido, la candidatura de Vicente Alanoca busca representa una reedición del castillismo de 2021. Pero lejos de ser una candidatura izquierdista reloaded, parece ser en realidad el último vagón de un tren sin gasolina. Se trata del proyecto clásico que combina el resentimiento social con el sueño imposible del Estado todopoderoso. Pero a diferencia de Pedro Castillo, el nuevo vehículo llamado “Alanoca” carece del gran financiamiento del narcotráfico, del apoyo de los operadores cubanos y de la mente maquiavélica que conquistó el sur. Por el contrario, hacen un ofrecimiento vacío de redención al “pueblo”, pero sin un plan técnico ni un equipo capaz de sostener una economía moderna: palabras vacías, números que no calzan y planes económicos completamente disparatados.
Su entorno político habla por sí solo. Verónika Mendoza, su principal aliada ideológica, encarna el socialismo progresista que fusiona —de forma ambigua e impopular— el indigenismo, el feminismo y el intervencionismo económico. Su cercanía al chavismo y a Nadie Heredia y Ollanta Humala recalcan que de moderada no tiene absolutamente nada.
Por otro lado, Sigrid Bazán aporta el rostro joven, pero con la misma arcaica ideología que ha llevado al desastre a Bolivia, Venezuela o Cuba. Una retórica intensa contra el supuesto “neoliberalismo”, pero sin propuestas reales para generar empleo o atraer inversión.
En el ámbito económico, el socialista Pedro Francke —que tiene artículos académicos muy dudosos donde sostiene que la economía mejoro durante la época de Velasco—, representa la continuidad de la improvisación estatista que vivió el país durante el gobierno de Castillo. Su “socialismo amable” provocó desconfianza, fuga de capitales, caída de la inversión privada y pérdida de poder adquisitivo, demostrando que sabe muy poco de economía o que simplemente no le importa obrar conforme a lo que dicta su moral.
Gustavo Guerra García, por su parte, simboliza la ineficiencia de la izquierda en la gestión pública. Sus años al frente de ProTransporte durante la administración Susana Villarán dejaron como herencia el desorden, contratos cuestionados y un sistema de transporte urbano en crisis. Otro más de esa izquierda caviar que cada día parece más bolchevique.
A ellos se suman personajes como Julio Arbizu, Gahela Cari, Marité Bustamante, Sinesio López Jiménez, Aída García, entre otros.
En conjunto, la plancha de Vicente Alanoca no representa renovación, sino una repetición del mismo modelo ideológico que el Perú ya sufrió: populismo, estatismo y retórica moralista. Sin embargo, este parece —aunque resulte difícil de creer— un poco más mediocre. Detrás del ya conocido lenguaje del “pueblo” y la “justicia social”, se esconde no solo la poca capacidad para poder hacer un cero con un vaso, sino el crimen y las arengas puras del comunismo regional.
El país no necesita otra versión de Pedro Castillo, ni su versión más progresista. Necesita liderazgo técnico, estabilidad económica y una defensa firme de la libertad frente a las ideologías que ya demostraron, en toda la región, que solo generan dependencia y crisis. Cuando más nos alejemos de este tipo de personajes y partidos, más cerca podremos estar de atender los problemas que aquejan a los peruanos y no por el contrario, generar nuevos que incluso, algunas veces, como en Venezuela, termina siendo irreversibles.
