“El final está cerca”, es la frase que resuena en los espacios más recónditos del subconsciente de José Domingo Pérez. El equipo especial Lava Jato tiene los días contados y el telón caerá sin gloria ni catarsis.
Nació con la pompa de cruzada moral, se vendió como la cruzada definitiva contra la corrupción latinoamericana, y terminó —ironías del destino— convertido en una cofradía de fiscales privilegiados, expertos en conferencias internacionales, viáticos generosos y salarios de élite. Una suerte de “dream team” judicial que soñó más con foros en Brasilia que con sentencias en Lima.
Porque conviene decirlo con claridad: en casi diez años, no hay una sola condena firme atribuible al trabajo directo de este grupo. Ni una. El único caso de peso, Alejandro Toledo, se sostuvo gracias a las revelaciones de Josef Maiman, no precisamente gracias al olfato investigador de Pérez y Vela. Mientras tanto, la preventiva se volvió su único recurso dramático: Alan García acosado hasta la muerte, Keiko Fujimori encarcelada como si la justicia fuese espectáculo de temporada, empresarios en el banquillo para la foto, la secretaria y el chofer de Pedro Pablo Kuczynski investigados, y las declaraciones de Leo Pinheiro guardadas bajo llave en medio del juicio de Susana Villarán.
Ahora, el guion se vuelve aún más grotesco: Brasil, ese socio clave, ha suspendido su cooperación con el Perú tras descubrir “malas prácticas” de nuestros fiscales, demasiado entusiastas en usar testimonios donde no debían. Y como si fuera poco, la llegada del Dr. Tomás Gálvez al Ministerio Público los ha sumido en pánico: el Fiscal de la Nación anunció que ya no serán parte del equipo, y ellos, en un acto de súbita fragilidad, han decidido victimizarse. Hablan de “acoso laboral”, como si el fin de sus privilegios fuera una forma de violencia invisible.
Por una vía u otra, el final es inevitable: José Domingo Pérez y Rafael Vela Barba se marcharán. Y quizá recién entonces, liberados del ruido mesiánico de este equipo, podamos observar con distancia lo ocurrido. Será el momento de preguntarnos, con frialdad, si era realmente necesaria la prisión preventiva contra García, si la persecución a Fujimori y sus aportantes se justificaba, si tanto arresto mediático sirvió a la justicia o solo sirvió para conseguir titulares, portadas y rating.
El fin del equipo Lava Jato no marca el fin de la lucha contra la corrupción. Más bien desnuda una verdad incómoda: la justicia no se construye con héroes autoproclamados ni con fiscales que se confunden con protagonistas de telenovela. Se construye con sentencias, con debido proceso, con resultados. Y de eso, tristemente, no hemos visto ni la sombra.
Etiquetas: Brasil, Delia Espinoza, José Domingo Pérez, Lava Jato, Odebretch, Rafael Vela, Tomás Galvez Last modified: 4 de octubre de 2025