Escrito por 06:30 Opinión

Recorriendo el Morro de Arica, por Alfredo Gildemeister

El próximo martes se cumplen doscientos nueve años del nacimiento de Francisco Bolognesi un 4 de noviembre de 1816. Ello me trajo a la memoria todo un cúmulo de sensaciones y sentimientos que viví en mi reciente visita a la ciudad de Arica hace un par de semanas. Antes de narrarles mi experiencia en Arica, permítanme hacer una breve referencia de esta ciudad y su legendario morro. Arica fue fundada un 25 de abril de 1541 por el español Lucas Martínez Vegaso. Su ubicación estratégica le daba cierta importancia dentro del Virreinato del Perú y más aún, cuando los españoles comenzaron a explotar las minas de plata de Potosí, en lo que hoy es Bolivia. La Corona Española le otorgó el título de ciudad, pasando a denominarse en 1570: “La Muy Ilustre y Real Ciudad San Marcos de Arica”. Con el paso de los años, Arica pasó a depender directamente de la Intendencia de Arequipa, razón por la cual su importancia fue disminuyendo. Sin embargo, con el paso de los años, y, pese a todo, Arica siempre fue un importante puerto. Ya en la República, hacia 1850, Arica como puerto decae nuevamente debido a que el comercio boliviano prefirió utilizar su propio puerto en Cobija, en la Provincia de Antofagasta. Solo la ciudad de La Paz utilizaba el puerto de Arica para el transporte de mercaderías. En 1855 se inaugura el ferrocarril que une Tacna con Arica.

Luego del terremoto y maremoto de 1868, la ciudad fue reconstruida prácticamente en su totalidad. Esta labor de reconstrucción fue encomendada por el gobierno peruano a la “Gustave Eiffel et Compagnie” —sí, la empresa dirigida por el Eiffel el que en 1889 construiría la famosa torre en París— construyéndose los principales edificios como el de la Aduana, el cual se terminó en 1874 y la nueva iglesia de fierro colado que fue inaugurada el 2 de julio de 1876, conocida como Iglesia de San Marcos. De otro lado, debo también mencionar que Tacna y Arica estaban unidas por una línea de telégrafos de 62.160 metros. En la época de la guerra, Arica no tenía más de veinticinco manzanas. La ciudad se encuentra asentada a los pies de un gran y largo morro. Hasta antes del estallido de la guerra, Arica contaba con unas tres mil almas. El morro de Arica, de unos cien metros de altura aproximadamente, domina la ciudad. Nace en la cercana cordillera, va creciendo y desarrollándose poco a poco, para terminar abruptamente en todo su apogeo, al pie del océano.

Pero volvamos a mi visita. Lo primero que visité fue la famosa “casa de la respuesta”, hermoso inmueble en donde operó el cuartel general de Bolognesi —y en donde vivió, además— durante los meses previos a la batalla de Arica el 7 de junio de 1880. Allí nos recibió a mi esposa, a nuestra amiga tacneña Kareen Rios y a mí, el cónsul adjunto peruano en Arica, Patricio Lindeman. Al ingresar a la casona, es inevitable, al menos para mí, sentir en el ambiente una cierta tensión y angustia, como si nos transmitiera el drama allí vivido. Me era inevitable imaginar a los oficiales peruanos allí reunidos en la sala principal y a un decidido Bolognesi respondiendo sin dudar un segundo, al emisario chileno, que Arica no se rinde y que peleará hasta quemar el último cartucho. Recorrí cada una de las salas y habitaciones de la casona, así como la gran terraza del segundo piso. Entre esas paredes Bolognesi vivió y sufrió el drama que se cernía sobre Arica, en especial luego de la derrota de la batalla de Tacna o del Alto de la Alianza, en donde cada vez más tuvo claro que lo habían dejado solo en ese solitario morro y que tendría que enfrentar a un muy superior ejército chileno. Allí, entre esas paredes, repito, vivió sus últimos días, sus últimas horas antes de subir a la cima del morro para la resistencia final y entregar su vida a la gloria.

De allí nos fuimos a caminar a la isla del Alacrán —o mejor dicho la “ex-isla del alacrán” pues hoy este islote en realidad está unida a tierra por un gran espigón de piedras dejando de ser isla— la cual, en tiempos de la guerra, era un pequeño islote —más que una isla en realidad— de roca en el mar, a unos trescientos metros frente al morro Allí se construyeron algunas defensas, pero no lograron terminarse a tiempo. Aún pueden verse los restos. Hoy hay un pequeño faro y pueden apreciarse algunos tablistas corriendo olas frente al islote. Desde allí la vista del morro es impresionante.

Del Alacrán, nos fuimos al morro. Comencé por recorrer la cima del morro, que es a donde suelen ir los turistas. En la cima, en donde se dio la última resistencia de Arica y en donde caen Bolognesi y tantos otros oficiales, soldados y marinos peruanos, su suelo es irregular. No se trata de una explanada, plana en su totalidad como uno pudiera imaginar. Allí funciona un pequeño museo de sitio en donde los chilenos han transformado los depósitos de municiones de artillería originales en forma de arco – de los cañones que conformaban las baterías del morro- en vitrinas en donde se exponen algunas reliquias de la batalla. Mejor lo hubieran dejado como estaba. Hacia el sur de la cima, ahora asoma una hermosa estatua de Cristo mirando al mar con los brazos abiertos. Al otro lado de la cima, una asta sosteniendo una enorme y llamativa -un poco exagerada a mi modo de ver- bandera chilena. Poco antes de la cima, se puede apreciar el denominado Cerro Gordo, suave colina por donde bajaron los chilenos hacia la cima.

Como ya indicara, el morro nace en los cerros de la cordillera, por lo que es una especie de monte alargado. De ahí que me fuera en el auto hacia el interior y dejando el auto a un lado, comenzara a trepar y caminar para ubicar y recorrer a pie las defensas peruanas del morro —que no se muestran a los turistas— como el fuerte del Este y el fuerte Ciudadela. Pero como soy medio arqueólogo y terco, me metí y caminé por las cimas, hondonadas y arenales del enorme morro hasta encontrar las antiguas trincheras de los fuertes mencionados. me metí a las trincheras recorriéndolas todas. Son trincheras profundas, bien excavadas, con el espacio para los cañones bien demarcado, polvorín para las municiones, etc. Debo indicar que estos fuertes estaban bien pertrechados y rodeados de altos muros conformados por sacos de arena y terreros. En la batalla los chilenos los destruyeron con sus corvos (especie de cuchillas curvas como una hoz) que llevaban en su cinturón y así pudieron ingresar en los fuertes al derrumbarse los sacos ya cortados. Aun puede verse el gran hoyo dejado por la voladura del polvorín en el Ciudadela, hecho por el joven héroe Alfredo Maldonado y el lugar donde murió luchando bravamente el coronel Justo Arias Aragüez. En estos dos fuertes se libró la lucha más encarnizada de toda la batalla. Al cerrar mis ojos juraría que casi podía aún oír los gritos, entrechocar de rifles y bayonetas, disparos y vivas al Perú.

Allí concluí mi recorrido del morro. En el silencio de las trincheras. Mudos testigos del drama, dolor, coraje y heroísmo que allí vivió Bolognesi, Ugarte, Sáenz Peña, Moore, Zavala y tantos otros, me despedí de Arica y del morro con cierta tristeza, como si dejara en esa cima parte de mi corazón y parte de mi alma porque ese morro y su cima también son mi tierra… y continúa siendo mi patria, digan lo que digan.

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Etiquetas: , , , Last modified: 2 de noviembre de 2025
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