El mundo está implosionando. Con el pasar de los días, la tierra se está volviendo cada vez más fúnebre, siendo tomada por el crimen y la injusticia. Nos llenamos de cementerios y de miedo, caminando sin brújula ni salida. La inseguridad se ha vuelto un huésped omnipresente: no respeta fronteras, ideologías ni pasaportes Hoy eres libre, mañana eres víctima y dentro de una semana, eres una mera cifra de una estadística policial.
El panorama es tan urgente como grotesco. Lo vemos en todos lados, tanto en el primer, segundo o tercer mundo. El asesinato del Charlie Kirk es un claro ejemplo de ello. En Estados Unidos, el país que se proclamaba “la tierra de la libertad”, asesinaron a un hombre solo por usar la palabra. Por decir lo que pensaba, defender sus ideas, sin gritos ni agresividad, sólo mediante diálogo. Utilizando ese derecho a la libre expresión que los americanos tanto aclaman. Un país donde ahora el crimen, siquiera te deja hablar. La tranquilidad americana ya pertenece a los archivos del pasado: cincuenta homicidios diarios en un país que aún se atreve a venderse como faro de democracia
El Perú es parte también de esta hemorragia global. Al momento de escribir la presente columna, 1619 personas han sido asesinadas durante el presente año (SINADEF), es decir que seis personas son asesinadas en el país al día, una cada cuatro horas. Y cada tres días, una de estas víctimas, es un menor de edad. Vivimos en un país violento, agresivo, despiadado, devorado por la inseguridad. Un país donde al salir de casa no existe la certeza de que vas a volver. ¿Quién nos salva? Probablemente nadie. Porque incluso a menos de un año de las elecciones presidenciales, no hay un solo candidato, que desde su campaña esté tratando de hacerle guerra frontal a la delincuencia.
Pero esta situación no se reduce únicamente al continente americano. Europa, tan orgullosa de su civilización ilustrada, tampoco se salva. En Francia, el Ministerio del Interior reporta cien violaciones diarias; el 58% de las víctimas son menores. Una crisis gravemente vinculada a la inmigración ilegal, entre otros factores, pero que muchos prefieren esconder bajo la alfombra del progresismo. Suecia, la postal de la paz nórdica, registra cincuenta y cinco tiroteos en Estocolmo en lo que va del año. Bélgica se ve obligada a militarizar Bruselas para contener el narcotráfico y los casi cien tiroteos de un solo año.
Si miramos el resto del mundo esta pesadilla se vuelve aún más real. Podemos sumarles las más de 100 mujeres que fueron violadas y quemadas en la República Democrática del Congo a inicios del año (ONU). O los doscientos católicos asesinados en un ataque de tres horas perpetrado por radicales islámicos en Nigeria hace unos meses. Podemos añadirles cadáveres que se apilan en Ucrania y Rusia o todos los inocentes que mueren en Gaza cada día y que desgraciadamente estamos casi normalizando.
El mundo está en llamas y, lamentablemente, nuestra vista apunta a otros temas y no a la grave violencia que azota a todos los países del mundo. La población mundial se está radicalizando. Hoy ya no nos matan solo las guerras, sino las calles que están tan inseguras como probablemente nunca. Y nos mata también la indiferencia, de aquellos que están en el poder y se preocupan más por robar, corromper, en la semiótica del idioma, o la sexualidad de las personas antes que por asegurarle a su gente que si salen de sus casas volverán. Nos matan los asesinos y criminales, pero aquellos que gobiernan o pretenden gobernar solo por el bien de sus bolsillos son igual de responsables.
El mundo se ha vuelto frágil y peligroso. Generaciones anteriores a la mía dirían que los tiempos de paz eran los tiempos sin guerra; sin embargo, hoy ya no es así. Los tiempos de paz son aquellos donde no mueren miles de la noche a la mañana, y lamentablemente, debo decir que hoy no estamos en ellos.
Etiquetas: Charlie Kirk, Crimen, Delincuencia, Estados Unidos, Inseguridad, Violencia Last modified: 4 de octubre de 2025