Gustavo Petro, del M-19, es un síntoma más de la penetración de La Habana en la educación colombiana. Su ascenso político no habría sido posible sin la traición de Juan Manuel Santos, entonces presidente de Colombia, quien concedió una amnistía total a los guerrilleros, disfrazada de “acuerdo de paz” entre el gobierno y los terroristas de las FARC. A ello se sumó el respaldo del Sumo Pontífice Bergoglio, afín a las dictaduras de izquierda.
Con ello, lamentablemente, se abrió el camino para el avance electoral de las fuerzas de izquierda, entre ellas la encabezada por Petro: guerrillero, de pobre oratoria y con un historial de comportamientos ajenos a la investidura presidencial. Evidentemente, Petro es un hijo más del matrimonio entre el chavismo y la revolución cubana pro-narcotráfico. La Fiscalía de Colombia confirmó que Nicolás Petro, el hijo mayor del presidente, admitió que parte del dinero de la campaña provenía de un exnarco y que hubo cantidades no declaradas.
Si Petro no ocupara hoy la presidencia, la esperanza colombiana estaría viva. Esa esperanza tenía nombre y apellido: Miguel Uribe Turbay. Que la firmeza, integridad y visión que Miguel encarnó iluminen el camino correcto de Colombia, guiando a todo un continente que rechaza y repudia el terrorismo y la sangre promovida por los círculos de la izquierda guerrillera, hacia un futuro de unión, orden, desarrollo y libertad.
La izquierda radical no se ha caracterizado por debatir ideas, sino por la imposición y la violencia. Esa izquierda carece de valores democráticos y, a lo largo de su historia, no ha sido defensora de esos principios, sino una amenaza constante contra ellos.
Cuando han llegado al poder, lo han hecho destruyendo las instituciones, la libertad de prensa, la libertad de culto y el derecho de los padres a educar a sus hijos. Y, encima, utilizan el poder judicial como herramienta política para perseguir sin fundamento alguno a la oposición. Está claro que buscan perpetuarse en el poder, eliminando las libertades individuales.
Este es el desafío que enfrentan hoy las naciones sudamericanas y, en general, todos los pueblos libres de América: una izquierda radical que no escatima en recurrir a medios legales e ilegales —incluido el fraude electoral— para alcanzar el poder.
Solo que los herederos de Marx tienen un gran ropaje: se disfrazan de luchadores por la justicia social, de banderas multicolor, de compasión por la mujer (aunque son los primeros en violentarlas), por los indígenas, por los inmigrantes ilegales, por los pobres.
Confío en que el pueblo colombiano hará valer su derecho y exigirá elecciones libres y legítimas en 2026. Al igual que mi querido Perú.
“Es paradójico que los que han sido asesinos hablen de paz y acusen a quienes hemos estado en la legalidad de violentos. Esa es la historia que nos quieren contar, quieren reescribir el pasado y no lo podemos permitir”.
— Miguel Uribe Turbay