Mientras escribimos estas líneas a la vez estamos escuchando el debate sobre la admisión a debate de la vacancia presidencial. Veremos qué sucede en las próximas horas o días con el destino del Perú.
Creemos que la sucesión de hechos por los cuales hemos llegado a este nivel de conflicto entre los poderes del Estado, merece un profundo análisis bajo diversas perspectivas y especialidades. Percibimos que existen aristas que hoy se están soslayando y que posteriormente podrían generar nuevas circunstancias de tensión y nuevos retrocesos sociales y económicos.
Los psicólogos, consejeros y, actualmente, los coaches nos advierten de las relaciones tóxicas, nos recomiendan salir del círculo vicioso generado entre la necesidad, el rechazo, el odio y la falta de entendimiento. Las personas podemos hacer ello, pero ¿qué pasa con las instituciones del Estado? Unidas por la Constitución Política y por un diseño que, aunque añejo, no tiene reemplazo alguno.
Los tres poderes del Estado en el Perú no pueden desprenderse uno del otro y han construido un gran escenario tóxico donde los mayores perdedores somos precisamente aquellos a los que debe servir: nosotros, los ciudadanos, las personas.
Nos atrevemos a plantear algunas pocas ideas, que mas allá de sesudas construcciones constitucionales, son aportes prácticos al manejo de un Estado que hoy es prácticamente ingobernable.
Primero, reconozcamos, todos, que cada poder del Estado está constituido por personas, persona es el Presidente de la República, el Presidente del Congreso y el Presidente del Poder Judicial; parece mentira pero este hecho obvio se olvida fácil; se exige a las personas que son titulares de tales poderes, también a los ministros de Estado, congresistas o jueces, un nivel de renuncia a su naturaleza. Las personas tienen intereses diáfanos u oscuros, subalternos o expresos, todos tenemos intereses.
Los tres poderes del Estado en el Perú no pueden desprenderse uno del otro y han construido un gran escenario tóxico donde los mayores perdedores somos precisamente aquellos a los que debe servir: nosotros, los ciudadanos, las personas.
Las personas profesionales en política suelen manejarse en el nivel de lo “políticamente correcto”, tratando permanente de sostener o fortalecer su legitimidad, para ello buscan la aceptación de la población que lo apoyó para acceder al poder o que sostiene a quienes lo designaron (tal fenómeno no existe en el Poder Judicial, pero ello merece muchas notas aparte).
En consecuencia, es usual que no se exhiban, de primera intención, los intereses del gobernante mas aún si el ideal legal es que el Estado, sus funcionarios y servidores, deben atender en primerísimo lugar al concepto gaseoso y complicado denominado interés público.
Segundo, el ejercicio del poder en democracia, exige, demanda, discusiones, conversaciones y acuerdos constantes, mas aún si las personas nos reconocemos como seres sociales y por lo tanto dialogantes, no debería sorprendernos bajo ningún aspecto que los congresistas conversen para construir una decisión de consenso, que los integrantes del Poder Ejecutivo conversen con congresistas, o con alcaldes o gobernadores regionales, ese diálogo es positivo, siempre que se use para construir decisiones que se encuentren orientadas a atender, nuevamente, el interés público.
Tercero, los grupos humanos necesitamos de liderazgos y éste, la mayoría de veces, es variable es decir pasa de persona en persona según el tema o la situación concreta y, siempre, debe distinguirse el líder formal del líder real, es altamente improbable que el título y el fondo correspondan a la misma persona. Los liderazgos también se agotan y, por supuesto, también yerran.
Si podemos reconocer los intereses, el flujo de las ideas y conversaciones y los líderes en cada situación política acrecentaremos el entendimiento de lo que sucede y, a lo mejor, podremos, colaborar en la solución de la inmensa cantidad de problemas que tiene el país, y aprovecharemos la enorme variedad de oportunidades que nos brinda el Perú.