OpiniónJueves, 18 de febrero de 2021
La tentación del Lagarto, ocasión para la reflexión
Carlos Hamann
Abogado y Analista Político

Al momento de escribir estas líneas, son 487 las personas que aparecen como beneficiarios de las denominadas “vacunas VIP” de Synopharm en el listado que publican varios medios; podrían ser más -sospecha más de uno- en un país en el que toca y corresponde sospechar de toda información que ha sido arrebatada al secretismo. Algunos efectivamente pertenecerán al “personal del estudio” y su presencia en dicha lista se justificaría.

No se trata de quienes formaron parte del contingente de voluntarios que participó de la fase III del Ensayo Clínico (y que como tal recibieron versiones distintas de las vacunas experimentales o placebos), como se quiso inicialmente vender; tampoco de trata de valientes compatriotas que, émulos de Daniel Alcides Carrión, decidieron poner en riesgo vida e integridad física en beneficio de la ciencia médica.

Se trata del pus de una sociedad enferma, que sus nombres sean sinónimo de lo más abyecto de la naturaleza humana; y, luego, que la Historia los olvide. Se trata de miserables que canjearon la responsabilidad de hacer cuanto esté a su alcance y conocimiento para librarnos de la muerte, por poner en resguardo su vida, la de sus familiares y allegados. Se trata de invitados y consultores que deben aclarar quien los invitó y porqué, en base a qué experiencia valiosa para la lucha contra la pandemia es que fueron convocados; se trata de trabajadores administrativos de dos reconocidas universidades que se han beneficiado de su posición enlodando sus claustros. Y, quienes efectivamente integran el “personal del estudio”, deberán acreditarlo pronto y prestar toda su colaboración, sin complicidades, y así salvar sus honras de quedar manchadas.

Es que son más que 487 los peruanos que, de haber tenido la oportunidad, sin sonrojarse siquiera, se hubieran vacunado en secreto, por delante de médicos, enfermeras, soldados, policías, personas de alto riesgo médico. Mirémonos al espejo y constatemos si somos acaso uno de ellos.

Hoy, desde la seguridad de su salud, algunos de los vacunados en nocturnidad piden perdón: no lo volverían a hacer, cedieron ante el miedo, dicen. Lamentablemente, ninguna credibilidad les queda, es inútil pedir a estos lagartos que se retiren de la vida pública, que renuncien a sus candidaturas y se dediquen a trabajar (nunca más en el Estado) para de alguna manera reparar el daño causado. Su pedido de perdón es extemporáneo e inútil, causado por el descubrimiento de la felonía antes que por el sincero arrepentimiento; que los perdone Dios, sin en él creen, y su familia por la decepción causada.

Lo que sí podemos exigir a sus gremios profesionales, a sus partidos políticos, a las entidades educativas que los acogen y a los medios de prensa que les dan tribuna, es que procedan con su separación y su señalamiento. ¿O es que Somos Perú, por citar un ejemplo, prefiere mantener a Vizcarra para incrementar su caudal político y así tener acceso a los fondos públicos que corresponde repartir entre los partidos políticos según su caudal de votos?

Volvemos a constatar, en víspera del Bicentenario y acaso con mayor gravedad, que somos una sociedad enferma, desleal, oportunista, cortesana, sumisa, informada por el odio y la envidia, en busca del beneficio personal y cortoplacista. Es que son más que 487 los peruanos que, de haber tenido la oportunidad, sin sonrojarse siquiera, se hubieran vacunado en secreto, por delante de médicos, enfermeras, soldados, policías, personas de alto riesgo médico. Mirémonos al espejo y constatemos si somos acaso uno de ellos. Reflexionemos, pues la podredumbre moral trasciende a Vizcarra, la vacunación secreta continuó luego de su vacancia (al amparo de las autoridades de Salud), varios recibieron su primera dosis secreta recién en diciembre.

Quienes facilitaron la llegada al poder del lagarto y su entorno, quienes celebraron cada acto de acumulación de poder, cada una de sus infracciones constitucionales, intromisiones en la justicia y deslealtades, quienes dieron por ciertas todas sus explicaciones sin detenerse a evaluar las pruebas en su contra, quienes se dejaron seducir, tienen el deber de reflexionar si valió la pena concentrar tanto poder en un villano de historieta, lagarto antropomórfico, solo porque perseguía sin reservas a nuestros enemigos y decía compartir nuestros odios.

Ayer, 17 de febrero, el mundo católico -y buena parte del cristianismo- conmemoró el Miércoles de Ceniza. Así, se da inicio al periodo de cuarenta días (Cuaresma) que precede la Semana Santa y que simboliza el tiempo que Cristo desapareció en el desierto. Se trata de un periodo de introspección (examen de conciencia) y recogimiento; su origen se encuentra en la tradición judía en la que sirve de recordatorio de la fugacidad de la vida (y del poder) y el arrepentimiento de nuestras acciones indebidas. Al margen de nuestras inclinaciones religiosas, aprovechemos todos la invitación a reflexionar.

P.S. 1: Es probable que estas líneas queden pronto desactualizadas por las escatológicas revelaciones que cada día conocemos y que, consecuentemente, nuestra frustración sea mayor.