El cadáver del sanguinario cabecilla de la agrupación terrorista Sendero Luminoso, Abimael Guzmán Reynoso, quien a través del terror y el odio mató a más de treinta mil peruanos desde los años 80, fue incinerado ayer en la noche en un lugar desconocido y oculto a la opinión pública. A 12 días de su muerte, la demora por parte del gobierno de Pedro Castillo fue excesiva y demuestra su complacencia con estos grupos, a quienes les ha rendido homenaje adaptando el himno del Conare a la canción que entonaban los terroristas en las “luminosas trincheras de combate” de Castro Castro y de Lurigancho. La complicidad es más que evidente, y ha sido el Congreso quien, a través de la aprobación de la Ley 31352, tuvo que hacerse cargo de su completa lavada de manos. El Ministerio Público dispuso la cremación de los restos del genocida para que recogieran el cuerpo en la Morge Central del Callao, la Autoridad Sanitaria y los ministerios de Justicia y del Interior. Si bien, Abimael Guzmán ya no existe, sus ideas y sus apologetas continuarán un rato más en nuestra política; y dependerá de nosotros ganar la lucha por defender que la justicia nunca puede ser lograda a través de la violencia y el terror, y que el odio no es el camino para ninguna victoria. Hasta nunca.