Las portadas de todos los diarios nacionales incluyen hoy al ‘flamante’ premier Héctor Valer, golpeador de mujeres y tránsfuga empedernido. Sin embargo, cada vez que existe un nombramiento infame -el primero fue el gabinete Bellido, que incluía a Maraví, a Béjar y demás filoterroristas-, las cámaras apuntan hacia las infamias y no hacia quien las causa: el presidente Pedro Castillo. Sus intenciones son evidentes, entregarle el sur del país al régimen chavista de Evo Morales, traicionando su deber a la Constitución que le dio el poder; por ello, la acusación constitucional por traidor a la patria contra él tiene sustento. El propio Valer ha declarado a Radio Santa Rosa, que él piensa ser un hueso duro de roer, y que será “si así lo cree el Presidente de la República, la primera bala de plata que el Congreso de la República gastará”. Utilizar el antagonismo como instrumento para destruir la democracia desde adentro, ha sido más que evidente desde los inicios de Castillo en el panorama electoral. Hoy Castillo quiere que nos indignemos con Valer; debemos recordar que él no es un tonto, porque, en primer lugar, los campesinos del Perú no son tontos y él, en su pose falsa de ingenuo, los ofende. Valer debe irse; pero el problema es Castillo.