Una vez más, los abanderados de la “gobernabilidad”, el “consenso” y demás gollerías, cayeron de bruces sobre el pavimento de la realidad al ver como ese partido al que le regalaron la presidencia de la Mesa Directiva del Parlamento terminó inclinando la balanza a favor de “Caníbal” Torres.
Se les advirtió, en su momento, que jugar a la ronda y la buena vecindad con la ingenuidad de un niño de 5 años les costaría muy caro, que no había esperanza en elevar a la presidencia del Congreso a una mujer tan ambigua como Alva, acompañada de otras mansas palomas y una que otra cacatúa.
Y de nada sirvió recordarles que esa otra agrupación liderada por el millonario chotano -encima paisano del sombrero- que balbucea poemas incompletos, y nunca lee más que sus estados de cuenta, también daría su estocada, como manda la costumbre política, por la espalda y con promesas previas de que haría exactamente todo lo contrario.
¿Traición? Los traidores vienen de tus propias filas, y esta gente nunca estuvo en las trincheras de la oposición. ¿Ya se olvidaron los abrazos, tras la segunda vuelta, con el verdugo de la economía y de la seguridad nacional? ¿Los llamados al “consenso” -maldita palabra- y demás tibiezas propias de los comechados que dicen representar los mandatos populares?
Razón tenía don José de la Riva Agüero -el mayor intelectual peruano del siglo XX, no el incendiario José Carlos Mariátegui como nos hacen creer sus acólitos- cuando escribió que la sociedad se inmoviliza, corrompe y pudre “como el agua estancada”, cuando el hombre se convierte “en simple lobo del hombre, en simple hombre económico, y todo entonces se ha hecho mercadería y mercaderes”.
“Mientras que los tibios, pensando que ´hay que esperar otra ocasión´, que ´puede ocurrir algo peor que ahora´, al fin y al cabo, se resignan y callan”, escribió con la sapiencia propia de un académico -y no con el ardor de un panfletero- hace tantos años atrás.