OpiniónJueves, 24 de marzo de 2022
La insoportable pasividad peruana

A diferencia de algunos de nuestros vecinos “letrinoamericanos”, mucho más aguerridos -e incluso un tanto orates e incendiarios- cuando su clase dirigente les hincha los cojones, los peruanos solemos ser mansos corderos frente a los chacales que colocamos estúpidamente en Palacio o la Plaza Bolívar, con la esperanza de que, por algún milagro, dejen de vernos como presas y dirijan esta tierra baldía con el talante lúcido e innovador de un Pericles, un Augusto o un Pachacútec.

El carácter peruano tiende a ser permisivo con los abusos de quienes, por estupidez nuestra, dirigen las riendas del país cada cinco años. Tampoco olvidemos a los poderes fácticos, aquellos que no han sido elegidos por nuestro “electarado” -sí, electarado-, pero que siguen encumbrados a satisfacción de quienes viven a sueldo por estos o aspiran a ser como ellos cuando la rueda gire.

La insoportable pasividad peruana, excusándose en la moderación, termina siendo cómplice de los tiranos más nauseabundos y las peores injusticias. Además, avala la mediocridad, exalta la estafa y recompensa a los aprovechadores.

Resulta increíble que, a esta altura del culebrón al que nos han metido los caviares y los cojudignos, existan todavía personas que crean ingenuamente que Castillo puede mejorar. Y peor aún, que algunos de estos ingenuos sean gente que se auto percibe de derecha, aunque en la práctica lo único que defienden es el flujo monetario hacia sus bolsillos.

Destituir al inepto e inmoral Castillo y asegurar una transición democrática debería ser la única meta de la oposición, alerta ante cualquier aprovechamiento de rojos y morados que buscan minar la vacancia, adelantar elecciones y adueñarse del Ejecutivo y el parlamento sin ningún respaldo más que el de la gran prensa y el empresariado pusilánime, como en noviembre de 2020.