En estos días se ha conocido la “epístola” que Larry Fink, presidente de la gestora Black Rock ha enviado a sus principales clientes, en la que afirma que la guerra en Ucrania pone fin a la globalización. Periodistas económicos como @LorenzoRamirez_ señalan que esta declaración es el aviso de la gravísima crisis que el conflicto va a traer al mundo occidental, con especial virulencia en los países de la Unión Europea.
Estas declaraciones de Fink, que a seguro no le supondrán entrar en la “lista de agentes rusos” en la que los agentes globalistas incluyen a quién no aplauda su discurso único, es una demostración más de la oscura realidad que se esconde tras la escalada bélica que se inició en el lejano 2014, provocando más de 15 mil muertos y decenas de miles de desplazados, pero que solo ahora ocupa espacio relevante y mucha propaganda en los medios de comunicación globalistas.
Las medidas que Estados Unidos ha obligado a imponer a sus aliados en la OTAN no tenían como objetivo doblegar a Rusia, sino tratar de separar al eje Rusia-China del resto del Mundo. Objetivo que no se ha cumplido dado el escaso seguimiento de estas sanciones a nivel internacional. Lo cierto es que, las sanciones han generado que países que tienen más de un tercio de la población mundial, estén desarrollando incipientes sistemas de intercambio internacional en los que el dólar ya no es la divisa de referencia. Lo que Fink denomina eufemísticamente “reorientación de las cadenas de suministros”, es la confirmación de un escenario de inflación galopante cuyas consecuencias pueden ser pavorosas.
La propaganda de guerra ha azuzado el miedo en una población europea ya atemorizada por el comportamiento tiránico de muchos de sus gobiernos, los cuales, han aprovechado la crisis del COVID-19 para convertir en reliquias del pasado los derechos fundamentales. Así, la culpa de la crisis económica no estará en el colapso de un sistema económico insostenible que solo ha beneficiado a las grandes corporaciones, sino que se podrá achacar a un chivo expiatorio, llámese COVID o Putin.
Una vez más, un conflicto bélico es la excusa perfecta para un cambio económico, que no pagarán sus instigadores, sino la población europea que ve como su sueño de bienestar se esfuma entre propaganda e inflación.