Los peruanos, por traumas ancestrales convertidos en letanías, somos de los más acomplejados y resentidos de la región. Nos han enseñado, otro montón de acomplejados que se hacen llamar maestros -como el que ahora nos gobierna-, a echarle la culpa de nuestras desgracias a los españoles, a los chilenos y a los norteamericanos. En el imaginario popular, el Perú es un paraíso arruinado por extranjeros, un sueño trunco por la culpa de terceros.
Quizá el mito más extendido, que alimenta el resentimiento popular y, dicho sea de paso, sostiene las columnas endebles de la republiqueta, es que España nos jodió como nación. Que antes de Pizarro y Almagro -unos sucios criadores de cerdos y ladrones-, el Perú -que ya existía, afirman- era un edén socialista. Un lugar bendito por los apus y regido noblemente por el justo y humanitario Sapa Inca, donde nadie moría de hambre, todos eran felices arando la tierra, y nadie estaba cegado por la superstición del catolicismo.
Y este mito es posiblemente el que más daño nos hace. Más allá de las críticas necesarias que deben hacerse a las encomiendas castellanas, y a la esclavitud de negros, volver a la triste comodidad de la victimización con hechos del pasado no nos hace mejores personas ni nos convierte en un país hermanado y maduro, al contrario, nos debilita y estanca.
La reciente boda de la hija del excandidato presidencial, Alfredo Barnechea, con un noble español -celebrada en la ciudad de Trujillo-, fue blanco de críticas y odios viscerales de quienes confundieron -por ignorancia supina-, alegorías mochicas y estampas virreinales con supuestas muestras de racismo y clasismo. Así que decidieron “cancelarla”, indignarse y despotricar como viejas chismosas de un evento social, casi como envidiando no haber sido invitados.
A buena hora que este cotorreo solo tiene impacto en Twitter -ahí donde ganaba con goleada el Partido Morado y Juntos por el Perú-, en círculos mesocráticos limeños con complejos de culpa irresueltos y activistas endeudados por sus vicios. En el norte, y especialmente en Trujillo, conviven en armonía los legados prehispánicos, virreinales y republicanos, y a diferencia de los tirapiedras del sur, nada nos hace más felices que celebrar, recordar y trabajar viendo hacia adelante, jamás hacia atrás.