El Perú es un país permanentemente adolescente, no solo porque somos relativamente jóvenes al costado de China, India o Inglaterra -esa cojudez del “Perú milenario” es solo propaganda chauvinista-, pesa sobre todo la triste realidad de que somos un país inmaduro, ingenuo, pueril e improvisado; el sonso que cae convencido ante cualquier eslogan infantil, o ante un payaso que recita poemas -Sagasti-, o que promete con arengas callejeras -Castillo- que seremos ricos elaborando una nueva constitución.
Luis Alberto Sánchez ya había calificado como adolescente al Perú en 1958, y aunque ha pasado más de medio siglo de ello, la mayoría de peruanos siguen siendo incapaces de reflexionar con sensatez para tomar decisiones prudentes. Las últimas elecciones generales 2021 son una muestra de este estado de adolescencia perpetua que sufre nuestro país desde su génesis como nación soberana, fruto de una independencia apresurada, un afán separatista que cortó lazos con la civilización y sumió al país en la anarquía. Pero teníamos “libertad”.
Y es una pena cómo esta semana, ante el justo desaire que un grupo de excomandos Chavín de Huántar le hizo a Pedro Castillo -vinculado al Movadef-, las redes sociales -esos pozos sépticos donde abundan adolescentes sin figura paterna y niños viejos que parchan sus traumas irresueltos con cómics- se llenaron de comentarios de odio y burla contra los valientes soldados que rescataron a los rehenes de las garras del MRTA, y con ello aplastaron uno de los más avezados intentos del terrorismo comunista de chantajear al Perú.
Como adolescentes, y de los más imbéciles e incorregibles, hay peruanos ingratos de todas las edades, pero en especial los más jóvenes -que no vieron ni conocen la guerra contra el terrorismo-, que no solo disfrutan con insultar a sus mayores, desprecian el orden, la paz y el progreso conseguido con la sangre derramada de miles de héroes, civiles y militares, que enfrentaron el terror rojo y no dudaron en poner en riesgo sus vidas por un Perú libre de atentados y secuestros.
Es momento de exigir el respeto que nuestros veteranos se merecen, promoviendo fechas de conmemoración y agradecimiento a su legado, rituales cívicos que evoquen patriotismo y gratitud. A ver si se enteran los señoritos que Inti y Brayan no son héroes, sino Valer y Jiménez.