Los tres lustros previos a la incursión de Ricardo Gareca, la Selección peruana era un cúmulo de autopsias futbolísticas. El ‘Tigre’, “atrevido e industrioso”, como etiquetó Hipólito Unanue a este felino, fue un complot contra esa línea de tiempo: estar atenazados en el hemisferio sur de la tabla: octavos (2002), novenos (2006), últimos (2010) y séptimos (2014). Y me disculparán el ordinal en plural, esto es un asunto colectivo, siempre lo fue. También de comparación. Aquí no compiten 55 países como en Europa. Solo son 10. El escepticismo se había convertido en nuestra religión y estar frente a una pantalla o un gramado, un dado al aire para silenciar el estribillo de la rutina. Eso, sin embargo, con el DT, que podría cumplir 100 partidos en el Mundial Qatar, cambió.
Con la ecuanimidad de un consiglieri, sumado a la valentía de un Héctor de Troya y la autoconfianza de un viajero, el entrenador argentino purgó ese orgasmo por las medias tintas, esos ensayos que alimentaban el falso régimen del infortunio.
El camino de la reinvención es memorable, sobre todo por el preámbulo: sacar a las estrellas que con lo camiseta peruana parecían satélites. Hecho el cambio generacional, Ricardo Gareca y su equipo técnico pusieron el orden y el norte; y la materia prima, su magia. Se fueron consolidando nuevas promesas como Renato Tapia y Pedro Aquino. Se pulieron a varios otras como Christian Cueva y André Carrillo, figuras histriónicas fuera del campo, pero determinantes adentro. Pedro Gallese atrás y Paolo Guerrero también ganaron mayor jerarquía. Todos fueron desarrollando una estabilidad emocional casi surreal en un país donde todo te empuja a la vesania. Todos fueron asimilando la metáfora de los dos dedos en las sienes: un íntimo y constante grito “Pensá” en su fuero interno. Y así se clasificó a Rusia 2018.
Esta vez la Blanquirroja jugará el repechaje contra Australia. El último fue contra su vecino: Nueva Zelanda, más conocida por ser locación de películas que de buen fútbol. En esa ocasión, la fase se había dividido en ida (0-0) y vuelta (2-0). Nuestra superioridad fue indiscutible, aunque uno que otro paso en falso, esos errores que pesan, pudieron jugarnos en contra. Uno de estos fue al minuto 89 de ese cotejo cuando André Carillo hizo un mal retroceso y el balón terminó en los pies del delantero neozelandés Chris Wood, quien quedó cara a cara contra Pedro Gallese mientras todas las tribunas presagiaban el eterno retorno, un final desgarrador como en Francia 1998. Sin embargo, nada de eso pasó. Pedro Gallese encarnó en la acción ese recurso simbólico mencionado — “Pensá”— y lo tapó. Evitó mandar por un suburbio a los 36 años de espera: 124 partidos, 8 eliminatorias. Todo se terminó calibrando.
Mañana contra los australianos, el escenario es distinto. La definición será en un solo partido. El lugar elegido fue el estadio Ahmad bin Ali en Doha, en Qatar, el epicentro del próximo mundial que esta vez fue programado para los últimos meses del año. Así como los hinchas peruanos ya están en esta localidad haciendo gala de nuestra riqueza cultural frente al golfo pérsico, Ricardo Gareca también ya está en el punto. Viajó antes para ver a los Socceroos, que tenía un pendiente contra Emiratos Árabes Unidos antes de enfrentarse con nosotros. Estudiar al rival está en el ADN del DT argentino: radiografiar en directo y armar una estrategia.
Hasta el momento, las conjeturas sobre los resultados se han vuelto un ritual, pero hay números que avalan a Gareca y, en consecuencia, al combinado peruano. En estas eliminatorias, por ejemplo, estábamos asediados por la dosis histórica. El 2020 terminamos solo con un punto tras empatar contra Paraguay y perder consecutivamente contra Brasil, Chile y Argentina. El estadístico español Mr. Chip tiempo después adelanto lo que esto significaba: “Ninguna selección de Sudamérica se clasificó para la Copa del Mundo tras sumar un único punto en los tres primeros partidos de las Eliminatorias. Lo intentaron 27 y todas fracasaron”. Pero ya no hay cálculo ni cómputo que nos limite. Hicimos 20 puntos y nos quedamos con el quinto lugar. Y en los últimos 9 partidos, contando amistosos, solo hemos perdido 1, contra Uruguay, y con un gol mal anulado.
Gracias a Ricardo Gareca la Selección peruana es hace rato un espacio-tiempo predeterminado. Fuera del intervalo deportivo, cuando no hay partidos importantes ni pendientes, tampoco amistosos o hasta programado algún cotejo irrelevante: lugares comunes, jirones impasables, el signo descompuesto de los tiempos modernos. Pero dentro es otra historia, antes, durante y después de los noventa minutos, como si alguna fuerza metafísica nos inmunizara contra el peso de la realidad: una interjección sin divergencias, un margen con la cacosmia política, una contrahistoria catártica. Si llegamos al mundial y si además pasamos a la siguiente fase, el Tigre cumplirá 100 partidos al mando de la Blanquirroja. Los últimos meses se ha voceado su posible partida del combinado. Incluso flirtean con el argentino públicamente en distintos países. No sabemos cuándo llegará el final, pero llegará. Antes del fin, sería bueno darle un merecido homenaje al hombre que le devolvió el espíritu de trascendencia a un deporte que estuvo tanto tiempo lastimado.