“OEA: La vida de la mujer la define la biología no la biología”; “OEA: América defiende la vida y la familia”; “En América luchamos por los que no tienen voz, pero sí derechos”; “OEA: América se pone de pie por la vida”. Estos han sido algunos de los mensajes esparcidos en Lima ante la llegada de los dignatarios que participarán esta semana en la Asamblea General de la OEA.
Mensajes dirigidos a la OEA debido a que esta busca que se incluyan dentro de las normas peruanas temas que no están presentes en nuestra legislación como el aborto o la identidad de género, así como modificaciones al concepto de matrimonio, entre otras cosas. Buscan pasar por encima de nuestra norma máxima, es decir, la Constitución.
Mensajes que cierto grupo de legisladores disgustaron, considerándolos como “poco igualitarios”, “falta de respeto” y mi favorita, “vergüenza internacional”. Ciertamente este grupo de legisladores desconocen la libertad de expresión o, en todo caso, creen que esta solo existe cuando estos quieren salir a con su bandera multicolor o a dar sus mensajes de “empoderamiento femenino”. Como siempre, la hipocresía caviar. No es novedad que la “tolerancia” deba ser únicamente para las personas que son pro colectivos LGBT, feministas, etcétera, y no para el pueblo que siente que está llegando una institución a pasar por encima de sus creencias y convicciones.
Sin embargo, me llama la atención, como la OEA al buscar que se implementen esas ideas a nuestra normativa, cae ampliamente en una contradicción. En la Convención Interamericana Contra Toda Forma de Discriminación e Intolerancia definen a la intolerancia como: “Intolerancia es el acto o conjunto de actos o manifestaciones que expresan el irrespeto, rechazo o desprecio de la dignidad, características, convicciones u opiniones de los seres humanos por ser diferentes o contrarias. Puede manifestarse como marginación y exclusión de la participación en cualquier ámbito de la vida pública o privada de grupos en condiciones de vulnerabilidad o como violencia contra ellos”.
Como se podrá ver no solo es una definición más que ambigua, sino que podemos utilizarla ahora para contradecir los planes de la misma OEA. Si los actos de rechazo a convicciones u opiniones de los seres humanos representan intolerancia, ¿no sería intolerante, entonces, por parte de la OEA querer que se modifique nuestras convicciones dentro de nuestra legislación para así adoptar las suyas? ¿No es un acto intolerante rechazar la manifestación del pueblo, que mediante pancartas y mensajes se rehúsa a que le impongan normas que van en contra de sus principios?
Somos un país provida, profamilia y religioso, aun cuando los caviares quieran aparentar que no lo somos. Los valores están bien claros y puestos. Son solo los pequeños grupos que se hacen pasar por tolerantes quienes buscan que el peruano renuncie a lo que piensa y en lo que cree. Ningún organismo internacional puede buscar ubicarse por encima de la Constitución ni debe buscar que esta se adapte a su agenda. Sobre todo cuando esta no va de acuerdo con el sentir del pueblo.