Los fiscales del caso Lava Jato fueron elevados a la categoría de héroes por la mafia caviar y los medios de comunicación que influyen o controlan. La coalición vizcarrista se benefició políticamente de su desempeño, echando del gobierno a Pedro Pablo Kuczynski como represalia por haber indultado a Alberto Fujimori –aliados en ese propósito con la mayoría de congresistas de Fuerza Popular-, para luego perseguir con saña a sus adversarios políticos, sobre todo a Keiko Fujimori y Alan García.
Lograron también con la complicidad de un grupo de fiscales y policías como Harvey Colchado –otro falso héroe-, usar el caso de los Cuellos Blancos para capturar la fiscalía, defenestrando a Pedro Chávarry y encaramando a la impresentable Zoraida Ávalos. Y mucho más. Impusieron una atroz “reforma política” y una horrenda “reforma judicial” patrocinadas por dos comisiones caviares designadas a dedo. Y como cereza del pastel, disolvieron el Congreso, liquidando a la oposición de ese momento.
Esos fiscales politizados y prevaricadores trabajaban día a día con ONG que muchas veces los guiaban y que recibían información que filtraban a los medios. Luego, con el escándalo en marcha, los fiscales tenían la justificación y el respaldo para perseguir y encarcelar a los adversarios de la coalición vizcarrista y la mafia caviar.
Esa información era, por supuesto, maliciosamente manipulada para desacreditar a algunos y proteger a otros.
Estudios de abogados y ONG que también participaban en esa coalición brindaban soterradamente asesoría y argumentos a los fiscales.
Un típico fiscal ignorante, politizado y prevaricador, José Pérez, fue elevado a la categoría de héroe nacional. Hacían movilizaciones de respaldo, fabricaban camisetas con su rostro.
Los pocos que advertíamos sobre esa siniestra maniobra éramos acallados y estigmatizados.
Ahora, cuando la farsa ha quedado al descubierto, hasta los abogados y opinólogos caviares –que antes alababan o guardaban silencio cómplice sobre las trapacerías de los fiscales-, aparecen, súbitamente iluminados, para admitir que, en realidad, no tenía ningún sustento, por ejemplo, para acusar de lavado de activos a Keiko Fujimori y una veintena de sus partidarios, por presuntamente haber recibido un aporte de Odebrecht a la campaña de 2011.
Caso distinto, por supuesto, al de Ollanta Humala y Nadine Heredia, que sí fueron gobierno y recibieron, según información publicada, parte del aporte a su campaña cuando ya estaban en el poder. Además, naturalmente, de las cuantiosas coimas del “Club de la Construcción”, integrado por empresas brasileras y peruanas, caso que sigue durmiendo en algún despacho fiscal. Por no mencionar el gasoducto del sur, mayúscula estafa que iba a convertirse en la mayor inversión de la historia.
Pero si algo saben hacer los caviares, en lo que son líderes y maestros indiscutibles, es acomodarse a las circunstancias, dando el esquinazo a sus antiguos socios y pretendiendo ahora encabezar las críticas a los caídos.
Como señalé en estas páginas, el nuevo sistema implantado con el Código Procesal Penal, que da un enorme poder a los fiscales, no ha ido acompañado de los controles y sanciones necesarios: “En los EE.UU. un sujeto como Pérez, que ha derrochado decenas de millones de soles durante años en investigaciones fracasadas contra los adversarios políticos de la coalición vizcarrista, hace rato que habría sido expectorado del Ministerio Público. Pero aquí sigue enquistado en ese organismo, impune, dedicado a lo único que sabe, perseguir y empapelar a los que critican la corrupción y su pésimo desempeño.” (“¿La fiscalía es una farsa?”, 6/3/22).
Ahora, la nueva fiscal de la Nación está realizando una labor encomiable, investigando al corrupto gobierno de Pedro Castillo. Pero tiene antiguas amistades, alianzas y compromisos, por ejemplo, con el jefe de los fiscales de Lava Jato y con la fiscal esposa de Colchado.
Hay que apoyar su trabajo sin olvidar los límites.