Peligroso y torpe negocio confiar en traidores. No en vano su destino en la Divina Comedia de Dante es el noveno círculo del infierno. Allí sufren distintos castigos, dependiendo de quiénes fueron las víctimas de sus felonías. Se trata, en todos los casos, de distintas modalidades de exposición a vientos helados e infernales. Padecimiento eterno sufriendo el dolor del contacto con el hielo, aderezado por la furia satánica y el aliento sulfuroso y congelado de un Lucifer atrapado en la cercanía.
En la historia de nuestra patria, no exista quizá peor traidor que Martín Vizcarra. Se le confió la más alta investidura de la Nación, se le tendió la mesa para gobernar con éxito, las peculiares circunstancias de su gobierno —el brote pandémico— le otorgaron un poder omnímodo. Todo esto lo utilizó para el envanecimiento personal, no importándole causar más muertos, más sufrimiento, más pobreza y tirarse abajo la institucionalidad republicana en el camino.
Mal hicieron quienes confiaron en él pues, sus antecedentes personales, nunca fueron los mejores, sugiriendo una fuerte inclinación por la deslealtad, pero dejemos ese tema por un momento.
Saliendo del Perú y remontándonos a la historia podemos viajar a Francia de 1940. Una gran nación previamente desmoralizada por el temor a una inevitable venganza teutona luego de la Primera Guerra Mundial. Llegado el momento culminante, el instante de la verdad, toma el poder el Mariscal Petain, héroe de esta conflagración, figura hasta entonces irreprochable, respetada y admirada por todos.
Su ascenso marca la capitulación inmediata, una auto estocada final. Entrega su patria y sus ciudadanos a los Nazis y se convierte en su más abyecto colaborador. Por un momento, la población, desganada y aterrada, se le entregó en una obediencia sumisa, pensando que el traidor los salvaría, no pudiéndole, en un inicio, reconocer como lo que era.
Ningún aliado de Hitler (los que generalmente arrastraban los pies al respecto) entregaba a los judíos a las hordas de las SS nazis con la misma eficiencia y entusiasmo que Petain y sus acólitos. Así parió el término colaboracionista, llenándolo de infamia para la historia.
Terminada la guerra, se le perdonó la vida, en consideración a sus anteriores servicios a la nación, pero su nombre quedó vinculado para siempre a la infamia, ¿En qué parte del Noveno Círculo de Dante estará?
En las guerras y las grandes crisis, florecen los traidores de espíritu , el clima los saca de sus madrigueras, quienes proceden a cometer en sus felonías en las escalas grandes o pequeñas, según su ámbito. Así tenemos los informantes en la Segunda Guerra Mundial que acusaban los escondites de los judíos, siendo la víctima más famosa de esta perfidia Anna Frank.
En tiempos contemporáneos podemos preguntarnos el caso de los que colaboran con la represión del Partido Comunista Chino, poniendo la tecnología y sus recursos al servicio de este, mientras miran de costado. Al hacerlo fortalecen a un enemigo, que tarde o temprano los devorará.
Volvamos al Perú. No pretendo comparar a gigantes (del mal) de la historia, porque hasta en eso Martín Vizcarra pertenece al reino de los mediocres (de alma e intelecto). Pero si preguntarme sobre la responsabilidad de quienes confían, a sabiendas, en traidores. De Vizcarra bastante se sabía, en especial sus antecedentes de poca lealtad. Pagamos caro los peruanos la inmerecida confianza que se le otorgó.
Hoy, se perfila un dilema difícil. La vacancia del Incapaz Moral pareciera depender de confiar en que su vicepresidente, la señora Boluarte, cumpliría ciertos pactos políticos cuyo alcance aún desconocemos. La supuesta cajera de los Dinámicos del Centro, persona de la mayor confianza de la eminencia gris Vladimir Cerrón —nuestro aspirante local a Lenin— ¿merece confianza?
¿Porque confiar en ella sí, cualquier pacto, implicaría su deslealtad frente a sus actuales compañeros? ¿No es la deslealtad un predictor de futuras traiciones?