Todas las tempestades que la derecha vino previendo y denunciando desde hace mucho, tristemente, se hicieron realidad a finales del 2022. Podemos reunir todo ello en la siguiente frase: Castillo era un proyecto de dictador apoyado por terroristas, la mafia de izquierda latinoamericana (Foro de Sao Paulo), y con dinero del Vraem y la minería ilegal. Muchos no lo quisieron ver; otros se dedicaban a denostar a quiénes querían exponer la realidad y otros muchos simplemente se creyeron la maquinaria de Fake News que esparcía y esparce la izquierda en nuestro país. La verdad que se denunciaba, lamentablemente, nos ha reventado en la cara y la situación ha empeorado desde el golpe de Estado del 7 de diciembre del 2022.
Estamos, según palabras del ex presidente boliviano, Evo Morales, bajo un intento de “insurrección” violenta que busca como fin “la refundación” del Perú. Incluso la división entre demócratas y golpistas es tan vasta que hay ciertos grupos que ya amenazan con la secesión, con una República peruana del Sur. Los violentistas, en muchas partes, gritan “Guerra Civil”. Dios nos ampare. La tregua, por fiestas, ya está pasando.
Como dijimos, la derecha tuvo la razón en casi todo lo que advirtió y predijo, pero eso no basta. De hecho, tener la razón no nos llevará a nada si no sabemos imponer la verdad. Y la verdad tiene que ser dicha y más después de la destrucción del país que ha generado la izquierda radical y la chic limeña. La verdad es que en el 2024 tenemos que gobernar y debemos prepararnos para ello. No será nada sencillo.
En una democracia sería normal que, luego de un gobierno tan catastrófico como el que acabamos de vivir, la oposición gane las siguientes elecciones. Pero, ya no vivimos en una democracia clara, con respeto por las instituciones (con golpes televisados), ni con respeto a la verdad. Se masifican narrativas que carecen de todo sentido común. En primera instancia, tenemos que entender que el enemigo está en una lucha del poder por el poder, que hay una serie de instituciones cooptadas y que la batalla contra los inescrupulosos puede ser avasalladoramente fuerte.
Dina no es nuestra
Un ciudadano en redes sociales hizo el siguiente comentario: “Golpe de Estado de un presidente de izquierda, genera que lo releve una vicepresidenta de izquierda, protestas en todo el país realizadas por gente de izquierda, que piden el cierre de un Congreso con mayoría de izquierda. Sin embargo, la culpa es de la derecha”. Y, por más simplificada que sea su visión, verdad no le falta.
El miedo a la violencia y una repentina actitud moderada de la actual presidenta no nos puede llevar a respaldar a alguien que está en el cargo gracias al partido de Vladimir Cerrón. Y va más allá del pecado de origen: hay pecado de ejercicio. Ya dijo que se debería mantener abierta la opción para un referéndum en el que se evalúe la Asamblea Constituyente. Mucho cuidado, sigue el golpismo.
Entonces, ni Dina es derecha ni los muertos que la situación ha provocado son culpa de la derecha. Gritémoslo. El discursillo de la izquierda, de que vivimos en una dictadura pseudo fascista, es solo una mentira que no respeta ninguno de los cánones de la Ciencia Política o del sentido común. Es una mentira inescrupulosa y punto.
Si la derecha quiere llegar al poder en el 2024, debe hacer un claro deslinde de Dina Boluarte. Ella no es derecha, los muertos que, lastimosamente, las protestas (insurrección) están ocasionando no son culpa de la derecha y, bajo ninguna razón, nuestro ordenamiento legal permite que se someta a referéndum la posibilidad de una asamblea constituyente.
Además, me animo a pronosticar que la situación político-social-económica del 2023 será negativa, por lo cual el gobierno de Boluarte, si llega, finalizará con unos niveles de popularidad muy bajos. No tenemos por qué, desde la derecha, comernos su desprestigio, ni afrontar ese pobre capital político. Por ello, también es muy importante el rol de la oposición desde el Congreso. No se le debe apañar nada negativo.
¿Quiénes representarán a la derecha del 2024?
En el Congreso, donde están representados los partidos más importantes, ha habido dos bloques: uno supuestamente pragmático y otro de tendencias principistas. El primero está configurado por Fuerza Popular (FP) y sus aliados de Alianza para el Progreso (APP). Son los dos partidos con mayor experiencia y mayor alcance territorial. El segundo grupo ha estado representado por Avanza País y Renovación Popular, con bases de adeptos limeñas y mejor tratamiento con la prensa que el grupo anterior. Ambas facciones tienen sus pro y contras.
Tanto la líder de FP, como el líder de APP, son ex candidatos presidenciales fracasados. Keiko perdió tres segundas vueltas y Acuña no llegó al balotaje en ninguna de las dos oportunidades en las que se lanzó. Son candidatos que ya han sido rechazados. Por la parte de la oposición moralista, Rafael López Aliaga es alcalde de Lima próximo a juramentar y Hernando de Soto tiene una edad avanzada. Candidatos claros y potables no existen. Es momento de buscar uno nuevo.
El problema es que si se concretan las elecciones del 2024 el panorama indica que habrá una constelación de candidaturas y/o alianzas en las que figuren candidatos viejos fracasados o nuevos inexpertos que fragmenten el voto y nos sumen, una vez más, en el bucle de una permanente crisis.
El idealismo y la propuesta
Que haya un candidato perfecto es fantástico, pero más idílico es que los diferentes partidos (inscritos o por inscribirse) logren concretar una sola alianza. Habrá dos o seguro más. Sin embargo, desde este espacio, y dada la crisis de régimen y de seguridad nacional a la que nos enfrentamos, no dejaremos de sugerir que la derecha debe tender a la alianza total, a los candidatos de consenso o incluso a unas internas, entre todos. Así lo hizo el Frente Amplio en el 2016 y Verónika Mendoza, ese año, fue una candidata con posibilidades. Como la izquierda no contaba con un candidato claro, apostaron por la alianza y las internas. Eso fue pragmático y más viniendo de un grupo político tan ideologizado.
Si la tempestad que previmos no nos da una lección de madurez, el futuro del Perú será funesto y el futuro de la derecha como opción de gobierno, nulo. Hay muchas cosas que cambiar en los mensajes, discursos, aproximaciones, en el centralismo y demás, pero el problema de fondo es entrar pragmáticamente en la lucha por el poder. Las elecciones del 2024 marcarán el derrotero del país por décadas. Se nos están acabando las oportunidades frente a la asamblea constituyente como supuesta salida a la crisis. Es menester acabar con la crisis desde el gobierno de una buena vez.