José Luis Soncco Quispe pudo sacar su arma, rastrillarla y disparar en defensa propia. Pero no lo hizo. Eso lo define. Llevó hasta el límite su consigna: defender a la ciudadanía. La misma que le quitó la vida.
La noche del lunes 9 de enero se desplegó previsiblemente un abanico de llamadas al 105 en Juliaca, esa ciudad que hoy es una cámara de estallidos en la que la muerte se volvió un hábito. Una comunicación en especial advertía una cadena de disturbios en la urbanización de Tambopata. Ese caso se le asignó al equipo de Soncco —apellido quechua que significa “corazón” en castellano—, el joven de 29 años que era originario de Yanacoa, provincia de Canas, Cusco; el joven que había egresado hace cinco años de la Escuela de Formación de la Policía Nacional del Perú y que ahora era suboficial de tercera; el joven especialista en resolver desmanes que 10 días atrás había ascendido en el Escuadrón de Rescate.
La secuencia mencionada, que fue la antesala del trágico fin, fue confirmada horas después por el mismo jefe del Comando Operativo de la Policía, general PNP Jorge Ángulo. “Han habido muchas llamadas al 105 de los vecinos de la zona debido a los actos vandálicos y criminales en forma particular, de ciertos sujetos”, indicó ante la prensa.
Cualquier presagio fatídico era válido. Hasta esa fecha, el sur del país era el epicentro de un amago de guerra civil, que se tradujo en una lamentable cuenta de 17 fallecidos. Esto solo en la segunda manifestación, que inició el pasado 4 de enero. En la primera, que fue en el intervalo del 7 de diciembre del 2022 hasta el 23 diciembre del mismo año, se contabilizaron hasta 26 decesos. Este escenario se produjo tras los enfrentamientos entre las fuerzas del orden contras los manifestantes, que tienen en sus filas a un grueso de violentistas que, de acuerdo al gabinete del primer Alberto Otárola, vienen usando “ avellanas, armas hechizas y armas con doble carga de pólvora”. Esto fue reconfirmado por el ministro del Interior Víctor Rojas.
Soncco no fue solo al punto crítico para el ejercicio de vigilancia. Estuvo acompañado del también suboficial de tercera, Ronald Villasante Toque. Ambos eran un bloque que representaba a la Unidad de Emergencias PNP, división que cumplió 45 años el 2022 y que sería el último lugar donde el experto en desmanes daría rienda suelta a sus habilidades para el servicio ciudadano.
Era una zona descampada, enarenada, con focos pardos de potencia exigua, rodeada de casas de ladrillo expuesto y que ahora albergará en sus interiores a personas que experimentaron la peor versión de la inhumanidad. Los causantes de esta memoria siniestra fueron los casi 350 manifestantes que esperaban a los suboficiales de tercera. La frivolidad puede sintetizarse en cortas líneas: los acorralaron, los desnudaron, los torturaron y solo a uno le prendieron fuego.
Para el cuzqueño recién ascendido no era difícil exponer frente a la cámara sus preferencias. "La familia es la más importante que uno tiene y es necesario darse un tiempo libre para compartir experiencias, dialogar, y saludar lazos de familiaridad", mencionó en un video encontrado en redes sociales. También dijo: "Lo que más me apasiona, (con) mi familia es planificar, a ver, pasear (por) el campo, para ver la perspectiva y relajar y desestresar la mente". Y como un deportista nato reveló que era casi un ejercicio catártico incursionar en “el fútbol y la natación”.
Antes de que le echen combustible para sus fines piromaniacos, incluso le habían disparado. La estructura mental de sus verdugos exhibió los márgenes de la protesta: ninguno.
Ahora Soncco ya no podrá ver a su familia ni repasar lo mejor que las variopintas calles peruanas pueden ofrecerle. Tampoco podrá volver a esquivar a un rival con el balón ni volverse uno con el agua mientras piensa en la siguiente jornada para ayudar a sus connacionales. Soncco fue víctima del salvajismo de unas personas que maldireccionaron sus aires de revanchismo antes de consolidar el respeto por la vida humana, pusieron por encima la futurología de un dogmatismo político antes que un consenso para un porvenir nítido.
José Luis Soncco Quispe también se convirtió en la tesis del heroísmo censurado. Por su procedencia policial varios tácitamente le quitaron el mérito, sobre todo esas piezas virtuales, entre anónimas y con nombre, que exigen nuevos derechos antes de ejecutar los viejos deberes. Pero pese a este esfuerzo, sin embargo, no pudieron acaparar el juicio nacional. Hubo vigilias como en la Prefectura de Lima; homenajes lacrimógenos en las calles de Juliaca; un frente policial puso sus banderas a media asta para recordarlo; la PNP y las FFAA le dedicaron sentidas palabras, y más. Su trayectoria no encontró un punto final. Todo lo contrario. Es el preámbulo del honor y la gloria.