Según un sector de la opinión pública, el Perú es hoy gobernado por una dictadura cívico-militar de extrema derecha. Naturalmente, la afirmación no solo es falsa, sino que bien podría ser llamada psicotrópica. Sin embargo, en El Reporte consideramos que merece la pena reflexionar sobre la mera existencia de una narrativa como la que señalamos y los efectos que esta tiene. Esta, digamos desde ya, no será una defensa sobre los ideales -si los hubiera- que representa el gobierno de la señora Boluarte. Boluarte fue elegida en la misma plancha que Castillo por esos que hoy la comparan con Pinochet y fue una escudera leal de ese régimen hasta bien entrada la hecatombe. Le deseamos suerte en la indispensable empresa en la que está embarcada, claro.
Volviendo al asunto: la izquierda le ha declarado una guerra al contenido de las palabras. No es algo nuevo en su forma de proceder. Pero sí es nuevo para la generación que hoy sigue por primera vez la política, pues los jóvenes peruanos desconocen la barbarie terrorista y el inexorable fracaso del comunismo en todas las latitudes. Entonces, la carga en contra de las palabras ha vuelto con fuerza. Y tiene sentido: cuando se nutre el contenido de una palabra de manera antojadiza los márgenes dentro de los que el debate opera también se modifican. Nadie moralmente ecuánime podría sentirse cómodo estando dentro de las categorías de fascista o de racista, por poner dos ejemplos. Sin embargo, pareciera que hemos abandonado la batalla por las palabras.
La izquierda hoy dice sin ninguna vergüenza que el motivo detrás de las muertes lamentables que han enlutado al país es el racismo de los limeños que le dieron un golpe de Estado al profesor Castillo y el fascismo de quienes hoy gobiernan. A ver, un momentito. A Castillo Terrones nadie le dio un golpe de Estado. El golpe de Estado -fracasado como todo lo que hizo en su gobierno miasmático- lo dio él y terminó preso por delincuente. ¿Qué racismo puede llevar a pedir que pague sus culpas quien atenta abiertamente contra la democracia? ¿Cómo así es dar un golpe de Estado un asunto étnico? Claro, ya saldrá algún antropólogo made in Pando a decir que el racismo sí es la base, solo que nosotros no lo entendemos porque no tenemos su formidable marco teórico. Respondemos de antemano: a otro perro con ese hueso, sonso ilustrado.
Por otro lado, la izquierda ha vuelto a disparar su cañón de futuro llamando ‘fascista’ a todo aquel que no piense como ellos. Sin entrar a una disquisición sobre qué es el fascismo podemos decir sin dudas que el único movimiento que tiene serios visos de ir hacia allá es el que lidera el asesino Antauro Humala: lleno de taras de economía corporativista, nacionalismo afiebrado y racismo innegable. Seguro el mismo antropólogo nos dirá que no se puede ser racista y racializado a la vez. Nos tememos que una vez más no estamos de acuerdo. Creer que otra persona, sea quien sea, tiene atributos negativos inherentemente por su raza es racismo. Punto. La cuestión está, de nuevo, en que nadie se está tomando el trabajo de combatir este intento por desnaturalizar las palabras. Y es esta una tarea necesaria sobremanera.
Ya en el Perú hemos visto como el terrorismo se convirtió en una ‘época de violencia’ o en un ‘conflicto armado interno’, los terroristas pasaron a ser ‘presos políticos’. Es momento de atrincherarse en las palabras y defenderlas de este asalto sistemático que la izquierda ha lanzado. Porque estamos cometiendo los mismos errores una y otra vez.